miércoles, 2 de diciembre de 2020

El inquilino

 

Una niebla densa se acercaba lentamente pero sin descanso al pueblo. Pronto el temporal cambiaría refrescando toda la zona, que hacia el invierno era especialmente cruel.


Era un otoño diferente, la gente pasó de vestir ropa de verano a cubrirse por completo en cuestión de un día, no hubo término medio. 


El murmullo de un atardecer vacío erizó la piel del chico. La tarde anterior vestía una manga corta y todavía había momentos puntuales que el clima le hacía sudar, pero esa tarde creyendo ser gemela de la anterior, se dejó en el armario la chaqueta que utilizaba desde hacía dos años en el momento en que llegaba el cambio.

Andaba hacia la famosa tetería del pueblo, donde cuatro amigos le esperaban para la última cerveza. El teléfono vibró. Lo miró y vio una llamada entrante.

-Dime -respondió seco.

-¿Tardarás mucho? Te lo digo porque César se va en cinco minutos.

-Pues estoy subiendo la calle, no tardo más de dos.

Se guardó en el bolsillo el móvil y rebuscó. Se buscó en el otro bolsillo y torció el gesto. Volvió a sacar el teléfono y llamó, pero esta vez bajaba la calle.

-Dile a César que tardaré cinco minutos más.

-Tío, mañana tiene que coger el vuelo a las cinco de la madrugada. Si no estás aquí a la de ya, se va a ir.

-Lo siento, es que se me ha olvidado el tabaco.

Un intento de trueno golpeó sutilmente el cielo.

-Pues Luismi te da, él tiene.

-Ya, pero necesito para luego. De verdad que no tardo.

La tímida brisa ya no era agradable, ahora helaba. Tardó muy poco tiempo en comprar el tabaco y llegar a la tetería. En esos cinco minutos le dio tiempo a pensar en sí mismo. Era escritor y pasaba por un bloqueo que le impedía crear nuevas historias.

Llegó al establecimiento y vio a sus amigos fumando.

-César se acaba de ir.

- Pero si no he tardado ni diez minutos. -Se encogió de hombros-

-Sí, pero te he dicho que madrugaba. No pasa nada, ya le verás a la vuelta.

-Si me hubieseis avisado antes quizá lo habría visto -Dijo algo molesto.

-Lo siento, pensé que hoy estabas en casa de tus padres.

-Y estaba, pero esta mañana. A las cuatro he llegado. En fin. -zanjó el asunto.

La niebla cubría por completo el pueblo como si de una cúpula se tratase.

-Madre mía, que niebla más densa. Nunca había visto algo así.

-Calma que esto no es una novela de Stephen King, no saldrán criaturas que nos matarán -bromeó.

-Mira que eres tonto.

Un trueno atizó la conversación haciendo visible un pequeño haz de luz en mitad de aquella niebla. Tomaron tres cervezas de más y el grupo de amigos se disipó de la terraza, el tiempo ya no permitía estar a ciertas horas de la noche tan poco abrigados.

-¿Te acerco a casa?

-Mmm no, mejor me voy dando una vuelta. Pero gracias.

-Como quieras tío, pero date prisa porque tiene pinta que en nada va a caer una buena. -chocaron sus manos y ambos tomaron su camino.

Ya no estaba acostumbrado a tomar cerveza entre horas. Su consumo se había limitado a algún fin de semana puntual y en compañía, y ese mareo le ayudó a despejarse mientras llegaba a casa y a abrigar el temblor que le provocaba el relente.

Antes de entrar, miró al cielo y vio un gran manto blanco. Cuando los dientes de la llave hubieron encajado en la cerradura, subió.

Entró y se quitó las zapatillas. Se tumbó en el sofá a oscuras y suspiró.

Se levantó a regañadientes y fue a la nevera. Medio limón seco y un bote de mayonesa a punto de caducar es lo último que quedaba.

-Tengo que ir a comprar… -se dijo para sí mismo en voz alta.

Sacó del estante de arriba un paquete a medio terminar de pan integral tostado. Se untó en media rebanada dos cucharadas generosas de la salsa. La suave brisa que ahora helaba, comenzaba a silbar como si de un aviso se tratase.

El móvil se iluminó. Dejó la rebanada en la encimera y fue a cogerlo. Un mensaje de su madre le anunciaba que quitase la ropa del tendedero, pues allí ya estaba lloviendo.

Cogió el trozo de pan que le faltaba y se volvió a tumbar.

Cerca de media hora después de estar perdiendo el tiempo mirando redes sociales, oyó un murmullo en la calle, como si pequeños grupos de personas aplaudieran a la vez. Los aplausos cada vez sonaban con más fuerza y decidió asomarse para ver que ocurría.

Rápidamente cayó en que aquello no eran aplausos, sino la lluvia que ya había llegado y para quedarse. Corrió hasta el tendedero y abrió la ventana.

Las prendas de ropa empapadas se apilaban encima de una silla de madera vieja.

-¡Joder! La que está cayendo…

A tan solo dos prendas de ropa por sacar, se dio cuenta que lo que acababa de hacer había sido inútil. La ropa estaba completamente empapada y había entrado más agua dentro de la que le hubiera gustado.

Un escalofrío recorrió su cuerpo a la vez que un trueno retumbaba fuera haciendo de coro a los aplausos. Tuvo la sensación de que alguien le estaba mirando, pero en el piso no había nadie más que él. Alguien o algo le estaba vigilando, como si tuviera la intención de atacarle en cualquier momento. Pero era absurdo e intentó sacarse esa idea de la cabeza

Era una persona muy escéptica y los fantasmas, ouijas y demás parafernalia de terror, le parecían cuentos para asustar a niños y gente inocente, pero esa maldita sensación parecía dispuesta a instalarse en su cerebro.

Salvo la luz de la cocina, estaba a oscuras.

Era un piso antiguo, construido a finales de la década de los sesenta. Las tuberías sonaban como viejos gritos ahogados y las puertas hacían más ruido que una trompeta rota, suerte que podía pagar su alquiler. Pero algo iba mal, ya no era una sensación, era el ambiente cargado y los ruidos, todo eso junto a la tormenta que estaba cayendo, no ayudaba en absoluto a la calma.

Se dirigió a la cocina y untó un par de rebanadas de pan más.

Hacia la una de la madrugada, la lluvia lejos de parar, aumentó su ferocidad y el sonido que a algunos les parecía relajante, a Berto le sacaba de quicio.

Encendió su portatil para continuar un libro de pequeños relatos que estaba escribiendo.

Pensó que el ambiente lúgubre y la lluvia le ayudarían a inspirarse. No fue así. El bloqueo seguía muy presente en él y no era capaz de escribir más de media página sin que la terminase modificando o eliminando por completo.

Se fue a la cocina a por un vaso de bebida de soja, se lo llenó hasta arriba y mientras le daba un sorbo, observaba su estantería llena de libros.

Un pequeño golpe se escuchó en la habitación de al lado. Dejó el vaso encima de la mesa y andando descalzo por el pasillo, notó un aliento en su nuca. Se giró pero como era lógico, allí no había nadie.

-Tu no crees en estas cosas, ¡déjate de joder!

El silencio lo incomodaba mucho, por lo que volvió y encendió el televisor que comunicaba un anuncio sobre una mesa multiusos. Volvió por el pasillo y abrió la puerta de la habitación, presionó el interruptor y comprobó que allí no había más que trastos.

Cogió una revista que descansaba en el suelo. -¡Maldita revista! Casi infarto por tu culpa, ¿lo sabías? -la tiró sobre la cama y la observó con sorpresa.

Leyó el título y esta rezaba: “Misterios sin resolver, la casa embrujada del lago Corso”.

Más abajo venían varios artículos de periodistas contando los casos sin resolver más famosos. La revista fue famosa por sus artículos amarillistas, morbosos y faltos de escrúpulos en las descripciones de los hechos que allí se describían Se extrañó al ver esa revista en su casa.

Eran revistas que usaba en la adolescencia para inspirarse, y en concreto esta le ayudó a publicar su primera novela “¿Seguro que duermes solo?”.

Sin darle demasiada importancia, supuso que se la habría traído de casa de sus padres en algún momento que no recordaba o que su madre la había dejado allí por si el dichoso bloqueo desaparecía.

La dejó encima de un montón de ropa vieja y salió del cuarto. Se limpió los dedos que la película de polvo que envolvía la revista le había ensuciado.

Recordó que la revista tenía polvo, por lo que su madre no pudo haberla traído hacía poco. Cerró la puerta sin darle más vueltas y volvió al comedor.

Ahora la televisión anunciaba una máquina que te hacía adelgazar sin esfuerzo alguno. Notó la situación muy ridícula y apagó la caja tonta, quedándose de nuevo a oscuras.

El bloqueo persistía y las ganas de escribir escaseaban.

Reflexionó en qué tipo de historias le gustaban a él. Siempre había publicado historias que la gente compra fácilmente. Tramas policiales imposibles, casas fantasmagóricas, terror barato para adolescentes. Aunque estaba muy orgulloso de sus publicaciones, se dio cuenta que nunca había escrito para sí mismo, y en parte el bloqueo se debía a esa situación.

-Quizás tenga que hacerlo siempre para los demás y no para mi…

Notó de nuevo un aliento detrás de él. Brincó hacia atrás esta vez inquieto, pero no podía haber nadie allí. Otro ruido golpeó la habitación.

De nuevo se levantó, encendió el televisor y caminó descalzo al cuarto.

Un estruendo retumbó en las paredes con mucha potencia, haciendo saltar a Berto. Tenía el presentimiento de que tenía que buscar otro alquiler barato o en cualquier tormenta similar saldría en los periódicos a causa del derrumbamiento de esas cuatro paredes viejas.

-¡Puta tormenta! -se puso la mano en el pecho que le latía con fuerza y volvió a abrir la puerta. Encendió la luz y...

Se le pasaron muchas cosas por la cabeza, como una conversación virtual que tuvo meses atrás en la presentación de su tercer libro.

-¿Cómo puede un escéptico contar historias de fantasmas con tanto tino?

-Pues...supongo que ahí radica todo. Sé lo que es el miedo, sé lo que a la gente le da miedo. A pesar de que el mundo está como está, de que la delincuencia social que nos rodea está más presente que nunca, y todo este rollo que siendo real, debería darnos más miedo que cualquier otra cosa, lo que a la gente le asusta es la oscuridad, una tabla de ouija o un niño muerto hace décadas. Las casas embrujadas también son frecuentes y ya ni hablamos de religión. Desde misas satánicas, sectas, exorcismos o simplemente mezclar una trama dramática con religión, eso a la gente le fascina. Se vuelven locos de terror, pero esa adrenalina que siente la gente es lo que engancha. Realmente un escéptico como yo siempre busca la adrenalina del público. Es un poco narcisista decir esto, pero es que en eso soy muy bueno.

-Pero… en algo hay que creer, ¿no crees? valga la redundancia -bromeó.

-O no. parece que necesitemos apoyarnos en algo, un ente, un dios, llámalo como quieras, para seguir adelante, porque es mucho más cómodo pensar que algo o alguien te ayuda en la vida. Ya te digo, un dios, el destino, un ángel de la guarda… todo esto nos ayuda de alguna forma a continuar la vida de una forma digna, o más bien tranquila. Pero yo no lo pienso así. Después de miles de entrevistas, de muchas horas de investigación, llego a la conclusión de que la adrenalina vende y que esa misma adrenalina es la que el público disfruta, lo demás no importa.

-Entonces, ¿nunca has sufrido una experiencia paranormal?


El recuerdo de aquella charla se desvaneció. Ya no estaba en una conferencia online, estaba en su piso viejo con una tormenta muy potente y habiendo escuchado un ruido en la habitación.

La revista volvía a estar en el suelo. Se agachó a cogerla y su rostro palideció al mismo tono que la niebla. Notaba unos ojos observando su comportamiento, juzgándole. Enrolló la revista y cerró la habitación. 

Un goteo resonaba en la cocina. Acudió y vio el vaso de soja tumbado, derramado sobre las cartas del banco.

-¡Mierda! -dejó la revista en el sillón y limpió rápidamente y como pudo el desastre.

Colocó una camiseta sobre el charco. Se arrodilló a la vez que limpiaba la mancha con un movimiento de muñeca nervioso.

El siguiente no fue un relámpago más. En aquellos dos segundos que duró el estruendo vio algo que no cuadraba en su cabeza. Ese momentáneo petardazo de luz azul dejó entrever algo en la revista. Apartó la camiseta empapada en soja avainillada y recogió con cuidado la revista. Alcanzó el móvil y encendió la linterna.

Una huella encima de la película de polvo y medio borrada ocupaba la portada.

Retrocedió sus acciones minutos atrás y aseguró no haber colocado la mano encima de la portada. Solamente la recogió del suelo, la tiró encima de la cama y cuando la hubo vuelto a coger, la enrolló. Nunca había sentido miedo, no sabía exactamente como tomárselo, pero aquella sensación que le erizaba la piel no era agradable en absoluto.

-¿Y esto a la gente le gusta? -se preguntó a sí mismo.

Un traqueteo avisaba a Berto que algo sucedía en la habitación. Antes de ir, se aseguró de encender todas las luces posibles, incluida la linterna del teléfono.

Suspicaz, asomó la cabeza al cuarto buscando lo que quiera que fuese. Allí no había nada nuevo.

Volvió a brincar. Era imposible, estaba pensando demasiado las cosas y eso le estaba provocando alguna especie de paranoia absurda que se retroalimentaba de su propio miedo.

No entendía que estaba pasando, creía no tener miedo, pero cuando algo que no entiendes y escapa a tu raciocinio te acecha, lo único que prefieres es huir.

Antes de salir de la habitación, marcó un número de teléfono.

-Fani. Escúchame. Creo que he visto, o más bien notado, a alguien corretear por el pasillo de mi casa.

-Otra de terror, ¿no?

-No. esto no tiene nada que ver con mis historias. Te lo estoy diciendo en serio. No sé si es miedo, paranoia o adrenalina, pero ahora empiezo a comprender a mis lectores y no soy capaz de entender que esta sensación provoque placer.

-Berto, ¿quieres venir a mi casa esta noche? -propuso como solución- iría a la tuya, pero el otro día no me dejó buen sabor de boca.

-Está bien. Cojo un par de cosas y voy. No estoy tranquilo en esta casa esta noche y no sé entenderlo.

-¡El gran Berto teniendo miedo! Es para reírse.

-No te rías de mi, te lo pido por favor.

-Ten cuidado con el coche, con la que está cayendo no sería raro que tuvieras un accidente.

-Muchas gracias. Eso anima mucho.

-Va, te espero, voy a preparar té.

Colgó el teléfono y observó el silencio incómodo de la estancia. Durante un par de minutos pensó en salir corriendo directamente de allí, descalzo si hacía falta.

Mientras recogía el desastre, le daba vueltas a lo sucedido allí un par de noches atrás.

Lanzó la camiseta manchada en el cesto de la ropa sucia. Se enfundó a toda prisa las zapatillas y se guardó las llaves del coche.

La luz que emitía la tormenta trajo consigo el encendido del televisor. Miró perplejo las líneas grises que emitía aquella caja que había apagado minutos antes.

-¡Vamos no me jodas!

Cada vez tenía más dudas de su escepticismo. No tenía porque ser algo paranormal, simplemente era algo a lo que no sabía darle explicación. No quería creerlo y se negaba en rotundo, pero era lo que más “lógica” podía tener.

El frío se apoderaba del lugar, provocando una sensación térmica similar a una cámara de congelación de canales preparadas para el troceado y posterior venta en carnicerías.

Lo que más le atormentaba no era lo tenebroso de la situación, ni siquiera sorprenderse a sí mismo huyendo de su casa por una especie de miedo. Era esa incertidumbre de no saber de qué se trataba.

Cuando lo hubo recogido todo y listo para salir, abrió la puerta y golpeó el interruptor del rellano. Bajó las escaleras y observó una tormenta agresiva, violenta.

¡MIERDA! -se abofeteó sutilmente la cara.

Se había dejado el paraguas y lo iba a necesitar dado que tenía el coche dos calles arriba y salir corriendo para caerse no era una opción.

Volvió a entrar en su casa y prendió únicamente la luz del pasillo. Se dirigió al final del mismo y del segundo cajón vio su paraguas antiguo. Lo agarró con fuerza y se dispuso a huir. Yendo hacia el otro extremo, donde se encontraba la puerta de salida, atisbó que en la cocina solo había un pequeño charco de agua, restos de cuando empezó la tormenta.

Otro estruendo trajo ruido, luz y el reflejo de una sombra alargada que vestía un velo negro.

-¡JODER!

La impresión pudo con él haciéndole caer de espaldas. La televisión se prendió de nuevo y una sutil risa acompañaba una respiración entrecortada y brusca, que se aproximaban a su persona.


DOS DÍAS ANTES.


El edredón de color azul que utilizaba para el otoño descansaba encima de la cama listo para cambiar de estación.

Fruncía el ceño con un lápiz apoyado en la oreja y daba vueltas de un lado para otro pensando en una idea que pudiera utilizar para su último relato. El cenicero contenía más de veinte colillas fruto del tiempo que llevaba pensando en una buena historia.

-Berto, deja de fumar tanto. Una cosa es que acabes tu libro y otra que fundas el pulmón más rápido que ese cigarrillo -reprochó.

-¡Es que no me viene nada! Estoy muy desmotivado ahora mismo y me obsesiono y no sé que escribir para poder vender esta mierda, y eso me provoca ansiedad y lo único que me la calma son estos palitos de cáncer, que sí, se que son ácido para mi pulmón, pero el pulmón es mío y lo trato como quiera.

-Tú si que me estás provocando ansiedad.

Se puso en pie y dejó el libro de Orwell que estaba leyendo. Le quitó el medio cigarrillo que estaba fumando y le dio varias caladas. -¿Por qué no te relajas cariño? -le echó el humo a la cara- y pruebas, no sé a despejarte un poco, no pensar tanto en el dichoso libro. No puedes forzar y que luego salga una bazofia.

-Eso cuéntaselo a la editora. Que mete más presión que una pistola de aire. Tengo un plazo límite, Fani, y como no resuelva esto en cuestión de dos semanas como mucho, le tendré que entregar alguno de los que tengo escritos pero que nunca he mostrado.

-Y… ¿por qué no haces que pasen cosas?

-¿A qué te refieres?

-Pues podrías provocar otro tipo de situaciones.

-¿Define provocar?

-Podrías probar, no sé, una sesión de espiritismo, hacer una sesión de ouija… -Berto interrumpió.

-¡Claro! Ir a cementerios y desenterrar cadáveres, hacer misas negras, sacrificar una virgen… -se burló de ella- cariño por favor, no digas tonterías.

-Además de escéptico eres bastante imbécil. Solo digo que aunque no creas en estas cosas, quizás hacer algo por el estilo te inspira a crear nuevo contenido. Era solo una idea.

Pasada la mañana, ambos fueron a un restaurante de comida rápida. Terminaron la tarde haciendo algunas compras necesarias y regresaron al piso de Berto. Al caer la noche volvió a surgir el tema.

-¿Has pensado en ello?

-¿En qué?

-En hacer una ouija.

-¿Otra vez? Ahora en serio. ¿de verdad crees que serviría para algo? No creo en fantasmas ni en ninguna forma posible de contactar con ellos.

-¿Pero cómo estás tan seguro?

-Porque lo he comprobado en innumerables ocasiones. Ya sea con supuestas mediums que proponían su discurso místico, o con investigadores de lo paranormal y jamás llegué a una conclusión ni vi nada que pudiera atisbar un mínimo de credulidad en este tipo de eventos. O que te crees, ¿que yo no he hecho nunca una Ouija?

-¿De verdad la has hecho?

-Desde luego y jamás pasó nada. Podría hacerla esta noche si quisiera, pero ni creo que sirva de nada, ni tengo una tabla Ouija ni mucho menos ganas.

-Si yo te consigo una tabla … -vaciló- ¿la harías conmigo?

-Si así te demuestro que es una chorrada, por supuesto.

Fani desapareció de escena. Al cabo de cuatro minutos volvió con una caja rectangular y completamente blanca.

-¿Eso qué es?

-Adivina.

-¿Una Ouija?

-Bingo.

Saco de la caja pálida un tablero medio ovalado y de color pardo con las letras y los números en negro con el contorno blanco.

-¿De dónde la has sacado?

-La compré la semana pasada para ti. Creía que sería un regalo inspirador.

Se echó a reír. 

-Mira, la hacemos y verás que juego más aburrido. Tiene más gracia el parchís.

-Bueno, se supone que aquí también hay muertos. Trae un vaso.

Berto alcanzó de la cocina un vaso de vidrio y lo colocó encima del tablero.

-¿Seguro que quieres hacer esto? -dijo él.

-Seguro. Pero… apagamos las luces o algo, ¿no crees?

-Tengo una idea mejor.

Apagó las luces y apareció su cara iluminada por una vela color hueso.

-Berto me dan respeto las velas. Sobre todo cuando están al lado de una Ouija.

-Bueno, ¿tu no querías ambientar esto? Pues empecemos.

Ambos colocaron la tabla sobre la mesa. Se descalzaron y se sentaron en el suelo con las piernas cruzadas.

-Coloca el dedo índice sobre el vaso.

-Esto me da escalofríos.

-Has sido tu quien ha querido
esto…

-Sí, pero aún así… es mi primera vez.

-Bueno, silencio -La miró a los ojos y seguidamente a la tabla - ¿Hay alguien ahí?

Nada ocurrió en los siguientes minutos.

-¿Lo ves? Anda, déjalo.

-Espera por favor, inténtalo una última vez.

-¿Hay alguien ahí? Por favor, si hay alguien aquí que se manifieste. - volvió a reinar el silencio incómodo – Fani no pasa absolutamente nada. Por lo menos así verás que esto no son más que…

El televisor cayó al suelo. Ambos observaron el hecho.

-Berto, vamos a dejar esto ahora mismo -ordenó.

-¡Joder! Mi tele… -se lamentó- Se supone que una vez hemos contactado con alguien o algo, no podemos irnos sin despedirnos.

-¡No quiero jugar más! Nos despedimos ya.

-Hablo directamente a lo que se haya manifestado. ¿quieres algo de nosotros?

Tardó un poco, pero el vaso se deslizó hasta la casilla del si.

-¡JODER ¡JODER! ¡JODER!

-Tranquilizate, Fani, por favor. Me estás poniendo nervioso. Dinos que quieres.

La radio se activó haciendo sonar una canción a todo volumen.

La chica se echó hacia atrás quitando el dedo del vaso. Cogió el cojín y lo abrazó con fuerza.

-Fani, se supone que no puedes quitar el dedo sin despedir el juego, te lo he dicho.

El ruido de la canción era insoportable.

-¡Apaga esa mierda Berto por dios!

Se levantó con las piernas medio dormidas por la postura y desconectó de la corriente la radio.

-Fani, no sé explicarte lo que acaba de suceder, pero estoy completamente convencido que esto no tiene nada de paranormal.

Pequeños golpes repetitivos resonaron con fuerza en la habitación. Corrieron a investigar el origen del ruido. La ventana rebotaba contra la pared.

-Mira, es solo la ventana -decía mientras la cerraba- no tienes que preocuparte por nada.

-¡Y una mierda! No hay nada de aire, ¿porque la ventana iba a abrirse con esa fuerza?

-Pues no lo sé, pero seguro que tiene una explicación.

La radio volvió a emitir la canción a todo volumen.

-Yo no voy. Tengo mucho miedo.

Antes de ir a ver que sucedía, se aseguró de encender las luces. El sonido de la canción chirriaba en la cabeza de Fani que seguía apretando el cojín con fuerza.

La canción dejó de sonar.

-Fani, ven. Mira esto.

Asomó la cabeza con delicadeza. -¿Qué pasa?

Señaló el enchufe.

-Está… está conectado. Juraría que lo había quitado antes.

-Berto, por favor vámonos de aquí.

-No me creo esto, pero tampoco soy tonto. Tenemos que cerrar el juego antes de irnos.

-Pues ciérralo. Pero yo aquí no me quedo.

-Tenemos que hacerlo los dos.

Se sentaron con el bello de punta y colocaron los dedos en el vaso de nuevo.

-No sé muy bien que debería decir. Reconozco que me está costando darle una explicación a esto.

-Berto, ¡hazlo ya!

-Queremos terminar el juego -dijo a la nada.

El vaso se deslizó hasta el NO. Fani temblaba.

-No queremos jugar más, si hemos molestado a alguien, pedimos perdón. Pero queremos dar por terminada esta conexión. Adiós.

-¿Y ahora qué?

-Cuando diga ya quitamos los dedos. Una… dos… ya.

Ambos quitaron los dedos del vaso temiéndose lo peor. Pero no pasó nada.

-Berto, nos vamos -sentenció.

Se levantó a toda prisa y tiró el cojín. -Voy a mear, acompañame por favor.

La acompañó hasta la puerta del baño. -Te espero aquí fuera.

-Vale, pero no te vayas hasta que termine.

Mientras hacía guardia algo le incitaba a dirigirse al comedor. Fue y se agachó para ver el vaso roto en mil pedazos.

-La verdad que estoy bastante desconcertado… -se dijo a sí mismo.

Fani apareció por el pasillo, vio a Berto de espaldas a ella y le colocó las manos sobre los hombros.

 -Te digo una cosa, todo esto es muy divertido.

-¿De verdad esto te ha parecido divertido? -preguntó extrañado.

Giró la cabeza y Fani desapareció. La voz de la chica desde el baño le gritaba.

-¡Berto! Me has dicho que no te ibas a mover hasta que terminase. -gritó cabreada.

Corrió hacia el baño.

-Fani, no me vas a creer, te he visto ahí y… de pronto ya no estabas. Te prometo que.. -le interrumpió.

-Vete a la mierda. No tiene ninguna gracia. Yo me voy de aquí.

-No es ninguna broma. Mira ven, el vaso está destrozado.

Ambos vieron el vaso intacto sobre el NO.

-Eres idiota. No me gusta nada que te rías de mi.

Recogió sus cosas y se marchó dando un portazo.

Lo que parecieron horas, en realidad no había pasado más de cuarenta minutos.

Este momento marcó un antes y un después en su escepticismo que cada vez estaba más alejado de la idea de que todo tiene una explicación. Antes de correr tras su novia, alcanzó la camisa de manga corta y atisbó lo que parecía una mancha de agua debajo de la ventana en la cocina. Su instinto le decía: ¡Corre!.

Dos días después Berto había quedado con sus padres para comer, y por la tarde despediría a su amigo César, que se marchaba fuera de España a trabajar.

-Va a caer una tormenta de espanto.

-Mamá no digas eso que pareces una vieja de pueblo.

-Es la verdad hijo. Cuando me pica la cicatriz significa que va a cambiar el tiempo.

-Ya bueno.

Terminó la comida familiar y regresó a su casa.

La tarde era anodina y salvo por su amigo, no encontraba ningún incentivo para que no pasara a toda velocidad y llegase el día siguiente, en el que hablaría con Fani para dejar el alquiler de su vivienda y comenzar una nueva etapa juntos.

Encendió el ordenador a la par que un cigarrillo. Contempló el humo que salía del palito mientras pensaba en como continuar su historia. Pasar por un bloqueo es difícil, pero superar ese bloqueo para un escritor es más bien un castigo. Observó el regalo que sus padres le habían hecho. Una funda de cuero sintético para el ordenador.

 Se apoyó el cigarrillo en la comisura de la boca y cogió el regalo. Le quitó el envoltorio que estaba todavía sin abrir y observó que era bastante práctico, tenía dos bolsillos enormes para guardar el cargador y algunas cosas más si era preciso. Lo dejó en el sillón apoyado, pero este venció y fue a parar al suelo. Al recogerlo vio como un pequeño papel doblado se desprendía de la funda. La recogió y la puso sobre la mesa sin darle mayor importancia de la que podía tener. Un ticket, una publicidad de la marca… pero no. 

La observó con un poco más de atención y la desdobló. La nota rezaba: “Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte, amén” debajo de esta frase una virgen mal pintada parecía que le estaba hablando directamente a él. Le dio la vuelta al papel y apareció una dirección: C/Corazón del destino, nº24.

En ningún momento pensó que esa “nota” era para él, pero no dejaba de ser curioso que en una funda de ordenador sin estrenar apareciese algo así, y por supuesto su madre no había sido entre otras cosas debido a su gran ateísmo.

Llego la tarde y con ella un frío que helaba. El ambiente en su casa era tremendamente frío y seco.

Se acercaba la hora de despedir a su amigo y se marchó de casa.

El teléfono vibró. Lo miró y vio una llamada entrante.

-Dime -respondió seco.

-¿Tardarás mucho? Te lo digo porque César se va en cinco minutos.

-Pues estoy subiendo la calle, no tardo más de dos.

Se guardó en el bolsillo el móvil y rebuscó. Se buscó en el otro bolsillo y torció el gesto. Volvió a sacar el teléfono y llamó, pero esta vez bajaba la calle.

-Dile a César que tardaré cinco minutos más.

-Tío, mañana tiene que coger el vuelo a las cinco de la madrugada. Si no estás aquí a la de ya, se va a ir.

-Lo siento, es que se me ha olvidado el tabaco.

Fue al estanco más cercano de la zona que encontró. Entró y compró el paquete.

-Gracias -aceptó el cambio y se lo guardó en el bolsillo.

Salió del establecimiento y al girar se percató del nombre de la dirección del lugar. c/Corazón del destino, nº24.

Era la misma dirección que venía en la nota que había encontrado en la funda de ordenador. Entró de nuevo.

-Disculpe pero… es que ha pasado algo curioso. Tengo un regalo del que ha caído una nota un tanto… -pensó el adjetivo- religiosa, contenía una virgen y en el reverso aparecía esta dirección. ¿usted sabe algo?

La chica reaccionó de una manera extraña. Su cara mostraba algo siniestro.

-Usted vive ahí… -señaló- tiene que irse de ese lugar inmediatamente.

-¿Perdón?

-Que se largue de allí chico. No es un lugar seguro.

-Pero… me está usted pidiendo que me vaya de mi casa así por las buenas. ¿Qué se supone que pasa? ¿y por qué me ha llegado una nota con esta dirección?

Dos personas se adentraron en la tienda.

-Mire, ahora no puedo hablar -se acercó una tarjeta y con un boli de color azul le apuntó un número de teléfono- llámame cuanto antes. Termino de trabajar a las nueve. Esperaré esta llamada, es importante. Y recuerde, que después de la tormenta no siempre llega la calma.

Berto se guardó la tarjeta en el bolsillo trasero y se marchó a despedir a su amigo sin entender nada pero con una curiosidad tremenda.

Durante la tormenta agresiva, Berto no sabía que estaba pasando exactamente. Después de esa noche en la que por primera vez empezaba a sentir algo parecido al miedo, se planteaba el hecho de mudarse definitivamente con Fani. 

Mientras regresaba a su casa a por el paraguas se dio cuenta de lo absurdo que parecía todo, pero debía volver para poder llegar al coche medianamente seco.

Su cuerpo temblaba y no era por el frío.

Volvió a entrar en su casa y prendió únicamente la luz del pasillo. Se dirigió al final del mismo y del segundo cajón vio su paraguas antiguo. Lo agarró con fuerza y se dispuso a huir. Yendo hacia el otro extremo del pasillo, donde se encontraba la puerta de salida, atisbó que en la cocina solo había un pequeño charco de agua, restos de cuando empezó la tormenta.

Otro estruendo trajo ruido, luz y el reflejo de una sombra alargada que vestía un velo negro.

-¡JODER!

La impresión pudo con él, haciéndole caer de espaldas. La televisión se prendió de nuevo y una sutil risa acompañada de una respiración entrecortada y brusca se aproximaban a su persona.

Cerró los ojos con todas sus fuerzas esperando que no pasara nada.

Un estruendo golpeó la ventana haciéndola estallar en mil pedazos. Berto se acercó a cerrar la persiana para evitar que entrara más agua dentro. La casa se caería a pedazos más tarde o más temprano, pero parecía que la vida se estaba alineando para derribarla cuanto antes.

Cuando la hubo cerrado, se acordó del numero de teléfono que le había dado aquella mujer.

Telefoneó.

-¿Diga?

-Disculpe, soy yo, el chico que ha entrado esta tarde a la tienda preguntando por… no sé exactamente qué. Me dio este número y me pidió que llamase.

-No debería haber esperado tanto tiempo. Salga de allí.

-Si algo tengo claro es que esta noche no la paso aquí. Pero me gustaría saber que diablos está pasando.

-Tuvo la culpa… de lo que ocurrió hace dos días.

-¿De qué está hablando?

-Usted los llamó y nunca debió reírse de ellos…

-¿Cómo lo sabe? y tutéeme por favor.

-Eso no importa en absoluto. Sal de ahí chico, por tu propio bien.

-Habla claro, ¡joder!

-Vosotros le disteis una entrada, ahora tendréis que cerrarla.

-Una entrada… ¿a quién?

- A ellos. Habitan contigo ahora.

-Lo siento pero yo no creo en estas cosas si es que hablas de fantasmas. Además…


Un relámpago


se llevo consigo la luz de la comunidad de vecinos.

-¿Oiga? ¿oiga? Lo que me faltaba.

Encendió la linterna del móvil y con el paraguas en la mano, se alumbró en dirección a la salida.

La risa volvió a aparecer de nuevo y Berto se marchó corriendo.


Golpeó la puerta varias veces. Nadie abría y presionó el timbre en repetidas ocasiones.

Fani estaba al otro lado.

-Berto, no son horas de aporrear así la puerta, que quieres, ¿que me denuncien los vecinos?

Entró sin hacerle mucho caso a lo que le estaba recriminando.

-¿Se puede saber que te pasa?

-Fani… dime la verdad. El otro día, cuando estuvimos en mi casa. Hiciste algo de lo que yo me tenga que enterar?

-¿De qué estás hablando?

-Ya lo sabes. -se quitó el abrigo y dejó el paraguas empapado en el suelo- la dichosa Ouija.

-No sé a que te refieres, la hicimos juntos y tu sabes muy bien lo que viste y oíste, que no lo quieras creer o que le intentes buscar una explicación científica o llámalo como quieras, es cosa tuya. ¿ha pasado algo?

-Sí.

-Bueno, ¿me vas a contar hoy o qué?

-Creo que no dudo de mi escepticismo vale. Pero hay cosas que no cuadran. Fani, cariño, esta noche he sentido algo muy extraño, la verdad es que me he esforzado mucho, pero no le he encontrado explicación aparente. Creo que había algo o alguien en casa que se ha estado riendo de mi, no sé si para robarme o para que abandone esa vivienda, pero lo que tengo claro es que esta noche en esa casa yo no estaba solo.

-Ya te dije el otro día que era muy raro todo Berto. Yo a esa casa no voy a volver, lo siento mucho.

-De eso también te quería hablar. Mi alquiler vence en un mes, sé que es precipitado pero… he pensado que podría venirme aquí a vivir, hasta que encuentre algo por supuesto, pero hasta entonces había pensado que….

Le interrpumpió para darle un beso.

-Claro que si cariño. Te puedes quedar aquí el tiempo que haga falta, y si todo sale bien pues te podrías quedar aquí indefinidamente.

-Bueno eso ya lo hablaremos. Pero mañana tendré que volver a recoger parte de mis cosas. Y también tengo que llamar al señor Anguix para decirle que el mes que viene ya no tiene inquilino.

-Ese señor siempre me ha dado escalofríos.

-Fani, hay algo más en todo este asunto. ¿Recuerdas la funda de ordenador que me regalaron mis padres? Pues en un bolsillo encontré esto. -le mostró la nota con la virgen y la dirección- esta tarde, antes de irme a despedir a César, fui a comprar tabaco y resulto que la dependienta me dio su número de teléfono. La he llamado esta noche y…

-¿Que la has llamado?

-Sí. Me ha dicho cosas rarísimas y no la terminaba de entender, pero insistía en que me fuera de esta casa. Bueno no de esta, de la mía, ya sabes. Que el otro día abrimos una entrada a ellos y mil sandeces más, pero que me ha inquietado bastante.

-Llámala otra vez.

-¿Qué? No pienso hacerlo, esa mujer no está bien de la cabeza.

Fani le arrebató el papel y cogió su teléfono fijo. Marcó el número.

-¡Fani cuelga!

-Chhhst. No pienso… ¿Hola? Soy…

-Ya sé quien eres. Y te repito lo mismo que a él. Habéis abierto algo que debéis cerrar. No os dejará tranquilos hasta que se marche.

-Pero que insinúas, ¿que debemos hacer otra Ouija?

-Sí.

-Mira, yo lo pasé fatal el otro día y no quisiera volver a repetirlo.

-La curiosidad es un acto cobarde en el fondo, ¿no crees?

-¿Que quieres decir con eso?

-Si tuviste valentía para enfrentarte a lo desconocido deberás tenerla para lidiar con ello.

-Pero, ¿quien eres? ¿cómo sabías que te llamaría yo?

-¿Realmente importa eso?

-¿Podrías ayudarnos?

-No sé si debería…

-Por favor. Tenemos miedo.

-Está bien. Mañana lo arreglaremos.

Colgó el teléfono y se abrazó a su pareja.

Ambos hablaron durante más de una hora hasta que el sueño les invadió.

Berto se quitó la camiseta para cambiarse, pero vio algo sobre su cuerpo que decidió ocultar a su novia. Se volvió a colocar la camiseta y se echó sobre la cama.

Su cara dejaba ver lo poco que había pegado ojo aquella noche. La tormenta no había cesado aún por la mañana y no parecía que tuviese prisa por hacerlo.

-¿Que tal has dormido?

-Mal Fani. No he pegado ojo en toda la puta noche. He tenido pesadillas.

-¿Sobre la… Ouija?

-¿Eh? No que va, con la editorial. No les convencía mi último libro y me despedían.

-¿Y sobre lo otro?

-¿Qué otro?

-¡Berto joder! Lo de esta noche.

-Pues no te voy a negar que ayer estaba bastante nervioso y sigo pensando que mi escepticismo cada vez tiene menos apoyo, pero aún así… no sé. No sé que decirte.

-Espero que todo esto termine de una vez. Oye… si todo se arregla y tal, ¿te quedarás aquí a vivir?

-No lo sé Fani. Es posible que sí. Me apetece verte todos los días.

Se besaron. El sonido del teléfono les obligó a despegarse.

-¿Diga?

-Soy yo. Esta noche iré acompañada de mi hermana.

-Pero… ¿hay alguna razón para ello?

-Sí. Deme la dirección.

-¿De mi casa?

-No, del lugar donde abristeis la puerta.

-Un momento. ¿Lo que vamos a hacer esta noche tiene que ser allí?

-Obvio.

-Entonces creo que yo no estaré presente.

-¡ESCUCHA ESTÚPIDA! -gritó alterada- esto no es un juego. No me hagas perder el tiempo. Debes estar presente. En este juego participasteis dos personas, y si no lo tengo mal entendido tu estabas presente. ¿O que te crees, que por no pisar el lugar a ti no te va a seguir?

-¿Seguir?

-Será mejor que me digas la dirección.

-Espera, ¿qué has querido decir con seguir?

Al otro lado de la línea se reía descaradamente.

Al caer la noche, abrigados hasta arriba y temblando de frío e incertidumbre, la pareja acudió al estanco a esperar a la mujer. La tormenta se había tomado un descanso, pero no parecía que fuese por mucho tiempo.

-¿Qué crees que va a pasar esta noche?

-No tengo ni idea, Fani. Pero pase lo que pase, me servirá para el libro de relatos.

-¡Deja de pensar por un rato en ese maldito libro!

-Eras tu la que quería que me inspirase con la dichosa Ouija. Si no es por tu culpa no estaríamos en esta situación a punto de irnos a hacer vete tu a saber qué con la madre del diablo.

-¡Ejem! -apareció la dueña del estanco sin hacer el mínimo ruido- ya que os voy a ayudar me gustaría que no te metieras conmigo, chico.

-Perdona, estamos un poco alterados ante algo que no tenemos ni idea de que va y.. yo, lo siento.

Poco a poco la lluvia se dejaba caer de nuevo.

-Si no nos damos prisa nos alcanzará la tormenta y lo hará todo mucho más inquietante -advirtió Fani.

-Ya es inquietante, con o sin tormenta.

-Por cierto, ¿cuál es tu nombre?

-Angustias.

Berto soltó una carcajada prohibida.

-¿Le hace gracia mi nombre?

-No no, claro que no.

-A mi tampoco. Pero tengo que convivir con ello.

-Es solo que… no sé, alguien que ve fantasmas o que tenga que pasar por ese tormento y se llame Angustias… me parece irónico.

-Chico, yo no veo fantasmas ni paso por ese tormento.

-¿Cómo que no? ¿Entonces cómo pretendes ayudarnos?-dijo Fani asombrada.

-Os he dicho que mi hermana venía conmigo. Es ella la que me advirtió que usted aparecería en mi camino.

-¡Joder! Menudo plot twist.

-¿Eso que quiere decir?

-Nada, una tontería.

-Esperen aquí abajo. No tardaré más de cinco minutos.

Angustias subió por las escaleras y se perdió en la oscuridad.

-Tío, córtate un poco. Reírte de su nombre no es que ayude.

-Oye que ya me he disculpado. Pero, ¿no me digas que no es buenísimo?, ¡Angustias! -se volvió a reír.

-Eres un estúpido -le dio una suave bofetada.

Mientras esperaban, notaron que la lluvia mojaba más cada vez. Se escondieron como pudieron en el portal a esperar a que bajaran las hermanas. La puerta se abrió.

-Esta es mi hermana, Luna.

El aspecto de Luna inspiraba poca confianza. Su rostro pálido y su mirada perdida dejaban ver que algo no iba bien allí dentro.

-Perdona, pero… ¿tu hermana está en condiciones de ir a algún sitio?

-Está enferma, pero tiene medicación. Estad tranquilos, no supone ningún tipo de problema.

-¿Qué clase de enfermedad tiene? -preguntó Berto algo tímido.

-Eso no es de tu incumbencia.

-Claro, disculpa.

La lluvia se buscó la compañía de los truenos. Esta noche se asemejaba mucho a la anterior y eso no era buena señal.

Llegaron al domicilio de Berto y este abrió la puerta con cuidado.

Subieron por las escaleras en silencio.

Angustias abrió la puerta de la vivienda y entró sola y a oscuras.

-Podéis entrar. No querréis que lo haga todo yo sola.

Entraron.

Las sensaciones que tuvo Fani no eran en absoluto agradables. La lluvia resonaba con fuerza en el techo y el agua entraba por la ventana del comedor que un día antes Berto había presenciado como se destrozó.

-Cierra la ventana o se te inundará todo. Y francamente, este piso no está para más desgracias.

-Angustias. Te prometo que ayer cerré esta ventana antes de largarme. De hecho justo cuando la cerré te llamé por teléfono.

-No me tienes que demostrar nada, te creo.

-Esta noche es toda escalofríos.

-Será mejor que saques la valentía esta noche, querida.

-Se.. puede saber, ¿desde cuándo ve tu hermana estas cosas? ¿y como se enteró de que yo… -le interrumpió.

-Hay personas que tienen un don. Y no me importa que no me creas, lo veo en tus pensamientos. De todas formas, ¿por qué no le preguntas a ella?

-Perdona es que, como no ha hablado en todo el camino, pensé que…

-¿Desde cuando te pasa esto, Luna?

No respondió, pero los observaba con condescendencia.

-Bueno, no importa tanto. -apuntó Berto.

El mismo sonido de la noche anterior se escuchó en la habitación.

-Creo que ya estamos todos -dijo Luna.

Fani se escondió sutilmente detrás de Berto.

-Sacad la Ouija con la que contactasteis.

-Está ahí, encima de la mesa, no la he tocado en dos días.

Los cuatro se sentaron formando un círculo. Antes de comenzar el juego, Angustias observó una vela apagada encima del tablero.

-¿Y esto?

-Bueno, la usamos el otro día. Ya sabe, para ambientar esto.

-Las velas son algo peligroso. Solo se deben encender cuando alguien se va o cuando se quiere contactar con algo.

-Bueno, de alguna forma nosotros queríamos contactar, pero no sabía que a través de una vela se pudiera.

-Y no se puede chico, pero ayuda.

Luna apartó los cristales rotos que descansaban encima del tablero.

-Necesito un bolígrafo y un cuaderno. -dijo Luna con la mirada perdida.

-Sí, claro. Aquí hay -se levantó y del segundo cajón debajo de la tele, sacó lo que le había pedido.

-Tengo que dejar claro, que Luna a partir de este momento no va a ser Luna.

-¿Qué quiere decir eso?

-¡Déjame acabar! A partir de ahora, es posible que contacte con algo o alguien y va a decir cosas o a hacer cosas a las que no debéis hacerles caso. Tengo que informarles que Luna es una chica muy especial. A pesar de sus trece años, es una niña con una sensibilidad casi mágica. Padece el síndrome de asperger, seguramente lo conozcan, por eso su comunicación con el resto de la gente es un 99% nula. ¿Que vio anoche aquí?

-No sé exactamente que fue lo que vi, ni siquiera sé si formaba parte de mi sugestión.

-No era sugestión.

Luna comenzó a hacer dibujos extraños y garabatos sobre un folio. Su mirada perdida la hacía parecer un cuerpo vacío, sin alma, sin gesto.

-Pues ayer llovió con la misma ferocidad que lo está haciendo hoy. Y llegué tarde a recoger la ropa de la cocina, que tengo allí el tendedero. Pues entró agua y en su reflejo vi como una figura con una especie de velo negro.

-Madre mía Berto. -se asustó Fani.

-Por favor, no le interrumpas.

-Después de eso, no recuerdo muy bien que pasó pero ocurrió lo de la ventana y su llamada.

-Está claro que lo que había aquí, lo sacasteis de este juego. Fani, ¿tu notaste algo?

-Notar si, pero yo no vi nada. Simplemente tenía la sensación de agobio y de que nos vigilaban constantemente, pero no llegué a ver nada.

-Hay algo más. -dijo Berto con temor a que no le creyeran- La noche jugamos a esto, Fani antes de marcharse quiso ir al baño y me pidió que la acompañase. Me esperé en la puerta pero algo inconscientemente me pedía que fuese al comedor, aquí donde estamos nosotros sentados. Y encontré los restos del vaso en mil pedazos.

-Os estaban avisando.

-Hay algo más. Cuando me agaché a observar los restos de vidrio, Fani me apoyó sus manos en los hombros y me dijo que le parecía divertido, pero en cuanto me giré, allí no había nada ni nadie. Salvo Fani quejándose desde el baño, y ayer al irme a dormir observé esto.

Se quitó la camiseta y sobre sus hombros, posaban dos huellas humanas y muy marcadas.

Fani se tapó la boca de la impresión.

-Empecemos cuanto antes. Colocad los dedos sobre el vaso y no lo quitéis hasta que yo lo diga.

-Un segundo, la vela...¿la encendemos o no es necesario?

-No -dijo seca.

Unos segundos antes de realizar la primera pregunta, el silencio de la casa era pesado. La lluvia parecía estar terminando su turno, pero el sonido todavía se escuchaba con fuerza.

Luna arrancó la primera página garabateada y la arrugó. Comenzó con otra.

-Si hay algo aquí en esta casa, le pido por favor que se manifieste.

Solo les acompañaba el ruido que hacía el bolígrafo con el que Luna pintaba.

-Reptito. Si hay algo aquí que se manifieste.

De nuevo silencio.

-No nos marcharemos hasta que no nos hagan pensar lo contrario.

Luna con los ojos en blanco comenzó a reírse a carcajada profunda. Fani temblaba.

-¿Qué quieres? -preguntó Angustias.

El vaso se deslizó sobre el tablero.

-F-U-E-R-A D-E A-Q-U-Í.

-Esto no pinta nada bien. -reprochó Fani con un halo de voz.

-¡SHHHH! Esta no es tu casa, tienes que irte de aquí ya.

Luna se giró hacia su hermana y grito -¡NOOOO! -y continuó garabateando.

-Esta no es tu casa.

La tormenta recobró fuerza y dejó caer un par de ruidosos relámpagos, iluminando cada cuarenta y cinco segundos toda la habitación.

-No queremos que vuelvas más a esta casa, no te pertenece. Nos vamos a ir del juego. Adiós.

-¿Nos levantamos o…? -apuntó Berto.

-Ni se te ocurra mover un dedo de este vaso hasta que yo lo diga. Una, dos… y tres. Levantad los dedos.

Los 3 adultos se pusieron en pie a excepción de Luna que continuaba con su obra.

-No os voy a mentir, esto pinta muy feo, no creo haber conseguido nada. Luna no ha sido capaz de vomitar, que es lo que suele hacer cuando venimos a estos sitios. Además que continúa pintando. No sé si os planteáis llamar a un cura.

-Lo que me faltaba. Mira, Angustias. Yo respeto tu...práctica en esto, tu hobbie, llámalo como te de la gana. Es cierto que he llegado a plantearme todo este mundo pero, ¿un cura? Por ahí no paso, no creo que sea necesario en absoluto.

Luna se puso en pie con los ojos todavía en blanco, detrás de Fani.

-¡Fuera de mi casa! -dijo con un hilo de voz angelical.

Fani se dio la vuelta hacia ella.

-¿Qué has dicho hermana?

Berto pudo ver como la figura de velo negro reflejada en el televisor apagado, hacía los mismos movimientos que Luna. de alguna forma parecía su titiritero.

-He dicho que… -su voz angelical cambió a una mucho más grave- ¡FUERA DE MI CASA!

Decía silabeando mientras le atravesaba la garganta a Fani con el bolígrafo, con apenas 1 mm de tinta.

-¡Fani! -Berto empujó a a la niña contra el suelo y le quitó de un tirón el bolígrafo que tenía incrustado en el cuello. Un chorro de sangre le salpicó en en el ojo, cegándole momentáneamente. Le taponó la herida con fuerza.


 

-No lo presiones, así la conseguirás asfixiar. -gritó Angustias.

Luna, o quien fuera que estuviera dentro de ella, se reía con furia.

-Llama a una ambulancia, yo me ocuparé de ella. 

Angustias, la sujetaba. Le quitó la funda a un cojín que había encima del sillón y le medio presionó para que no se desangrase, con la fuerza justa para no ahogarla.

Se fue a por el móvil para llamar a la ambulancia, se limpió como pudo el ojo entrecerrado, le costaba ver con claridad y lo único que consiguió fue extender la mancha de sangre por la cara. Luna cogió el vaso que estaban utilizando para el juego y se fue tras él.

-Hay una herida en mi casa, c/Juicio valor, nº27, vengan rápido por favor. -colgó y se dio la vuelta. El vaso colisionó contra su frente, provocando una hendidura un poco superficial, pero haciéndole caer de espaldas.

-¡LUNA PARA POR FAVOR! -gritó Angustias mientras apretaba el cuello de Fani con fuerza por culpa de la tensión acumulada.

Luna se sentó sobre Berto y comenzó a hundir el vaso roto sobre el cuello, una y otra vez. Medio aturdido por el golpe se defendió a duras penas, hasta que dejó de intentarlo.

-¡Luna por favor vuelve! -lloraba Angustias.

Se levantó del cuerpo sin vida y se dirigió hacia ella con la mirada todavía en blanco y con una sonrisa.

Angustias sostenía el cuerpo agónico de Fani, que respiraba jadeante, pero cada vez menos. -Tu no eres así, ¡para por favor!

La hermana pequeña se posó delante de ella y lamió el vaso roto y cubierto de sangre, provocándose heridas en la lengua y paladar.

-¡PARA POR FAVOR, LUNA! -gritaba con todas sus fuerzas.

Fani dio el último suspiro y dejó de respirar.

La risa que él había escuchado el día anterior, sonaba ahora en la garganta de Luna, que chorreaba sangre y escupía trozos de vidrio.

Angustias, temblaba, pero miraba fijamente a su hermana.

Ambas se quedaron mirando hasta que Luna, masticó dos trozos de vidrio que tragó y que le desgarraron la garganta. En ese momento su cuerpo cayó al suelo, inerte.

Angustias, en shock, dejó el cuerpo de Fani, se levantó y abrió la persiana, haciendo que todo el agua de la lluvia entrase con fuerza a la habitación. Se giró una última vez y vio los tres cadáveres ensangrentados y rodeados por un charco de agua teñida de rojo cada vez más ancha.

Fijó su mirada en su hermana, pidió perdón y observó que, al lado de la niña, una figura oscura y alta, permanecía al lado de ella. Gritó y casi de forma instintiva, saltó por la ventana.

Desde la habitación se pudo escuchar el sonido de la tormenta y el golpe contra el asfalto mojado de Angustias.

Al cabo de quince minutos, una ambulancia apareció por el lugar.

-¡FRENA! ¡FRENA! ¡FRENA! -gritó el copiloto.

Bajaron del camión y sobre la lluvia se extendía una mancha roja. La atendieron y le dieron la vuelta.

-¡Aún vive! Subidla a la furgoneta, nosotros iremos al piso, puede que haya más de dos heridos.

Los dos compañeros entraron en el piso, tirando la puerta abajo.

-Haremos todo lo posible -se dijo el sanitario en voz alta pero para sí mismo.

Angustias pareció despertar. Abrió un poco un ojo y el sanitario la miraba.

Se estremeció. Le había parecido observar en la mirada de aquella señora ensangrentada y mojada, la mirada de la muerte.

Angustias falleció media hora después.