Era lunes por la mañana y vibraba toda la mesita de noche. El sonido
era tan potente que el sueño profundo en el que ella era la dueña
de la marca internacional más conocida, echó a correr. Con los ojos
entreabiertos, sacó el brazo de entre las sábanas y lo arrimó al
sonido zumbante que desprendía el móvil.
Era las 8:00 de la
mañana y lo primero en lo que se pudo fijar, fue en la fecha. Tenía
encima una resaca importante por culpa del cumpleaños de Rafa. Lo
segundo en que se fijó era en el número de teléfono que mostraba
la pantalla y que no estaba registrado.
Supuso que sería de
alguna compañía de teléfono, pero aún así lo descolgó.
-¿Diga? -dijo
adormilada.
-Hola, buenos días,
le llamo para ofrecerle…
Moni, aún medio
dormida pero con el suficiente aliento para responder, dijo: -No,
no..no me interesa, ¡gracias! -colgó.
Dejó el teléfono
dónde se lo había encontrado y se incorporó. Mientras se
despejaba, mirando a un punto fijo, pensaba en las pocas ganas que
tenía de comenzar el día.
El martes volvía a
casa del trabajo para el descanso. Lo primero que hizo al llegar fue
quitarse los zapatos, se desvistió, se puso el pijama y se tumbó en
el sofá.
Pasó
aproximadamente unos cuarenta y cinco minutos y se decidió a
prepararse la comida. Apartó la manta y se levantó del sofá. Se
dirigió a la cocina y se calentó en el microondas una tortilla fría
del día anterior. Mientras las ondas hacían su efecto, el móvil de
Moni sonó varias veces, pero no lo escuchó.
Se comió la
tortilla con un chorro de ketchup y se marchó de nuevo a trabajar.
Al llegar a casa
repitió la fórmula del medio día. Se quitó los zapatos, se
desvistió, se puso el pijama y se tumbó en el sofá.
La tarde se hizo
noche enseguida y con ella llegaron las ganas de comer. Se levantó y
abrió el frigorífico. No vio nada interesante mas que la leche
semi-desnatada. La cogió y se lleno un vaso. Se lo bebió y tiró el
brick vacío a la basura.
Regresó al comedor
y se tumbó de nuevo. El tiempo pasaba y la película no avanzaba.
Era lenta y con poco diálogo, eso sumado al cansancio hacía
bostezar por minutos a Moni.
Estaba dando los
últimos cabezazos. El móvil sonó y del sobresalto se golpeó la
cabeza.
Suspiró cansada y
descolgó el teléfono sin mirar de quién se trataba.
-¿Si?
-Hola, buenas
tardes. Le llamaba para ofrecerle…
Moni, en voz baja
pero lo suficiente alta para que la escuchasen dijo:
-Pfff, ¡qué
pesados!
Ella no era así de
antipática, pero el sueño acumulado la hizo colgar sin dar
explicaciones.
El miércoles fue un
buen comienzo de día. Había descansado mejor y el trabajo había
marchado con fluidez. Moni estaba terminando de fregar los platos de
los últimos dos días, a la par que cocinaba unas chimichangas
mexicanas. Le dio un par de vueltas al sofrito de pollo, y tomó un
sorbo de su copa de vino. Dejó la copa en la encimera. El teléfono
sonó.
-Mamá, ya estoy
terminando de cocinar, mañana por la tarde iré.
-Disculpe, creo que
se equivoca. Llamaba para ofrecerle…
Moni sin pensarlo
dos veces respondió no tan de buenas formas al chico.
-No, disculpe usted,
lleva llamándome dos días seguidos, si no le he respondido será
porque no me interesa, lo siento.
-Déjeme exponerle
nuestra oferta, perra, será solo un par de minutos.
-¿Perdón? ¿Cómo
me ha llamado?
La persona al otro
lado del teléfono no respondió con palabras, sino con jadeos.
-¿Oiga? ¿Oiga?
-Te… -el susurro
se tornó desagradable- voy a matar...puta.
-¡Gilipollas!
-Moni colgó. No sabía si se trataba de una broma o algo serio, y
aunque no le dio importancia, se llevó un pequeño susto.
El jueves
transcurrió el día con mucha monotonía. Al finalizar la jornada
laboral, regresó a casa y siguió el mismo ritual que el lunes y
martes. Esa noche estaba intranquila, pero finalmente el sueño se la
llevó a un mundo mejor.
Era de madrugada y
un silencio sepulcral inundaba la habitación. Tan solo el tic tac
del reloj emitía sonido. Moni se despertó de un impulso, pero no se
incorporó, solo abrió los ojos. Algo iba mal.
El ambiente incómodo
se instalaba en aquel cuarto de apenas cinco metros cuadrados.
Un nudo se adueñaba
de la garganta de Moni a la par que se le cortaba el aliento. No
quería darse la vuelta, pero notaba una presencia. ¿Era posible que
alguien hubiese entrado en su casa? Tal vez no, pero la sensación de
miedo y angustia era evidente.
Moni intentó
tranquilizarse contando mentalmente hasta diez.
-Uno… Moni,
tranquila- pensaba para sí- dos… tres…
Todo parecía volver
a su cauce.
-Siete… -de pronto
un pitido minúsculo sonó-
Moni se incorporó
todo lo deprisa que su cuerpo le permitió. Encendió la luz y cogió
su libro “soñar no es de locos” de la mesita de noche como arma.
Su respiración era
intensa y la gota de sudor que le caía por la frente que le brillaba
más que nunca ponía punto y final a un sueño bastante profundo.
Se levantó y dio
una vuelta por toda la casa para comprobar que no había nadie.
Se fumó un par de
cigarros y tres vasos de agua.
Se tumbó de nuevo
en la cama y noto que alguien le tapaba la boca. Cayó en sueño
profundo.
VIERNES.
Se
había levantado con la boca muy seca. Le dolía horrores la cabeza y
estaba aturdida. Era extraño, no había recordado irse de fiesta la
noche anterior, pero la sensación era de resaca espantosa.
El
día avanzaba y todo estaba normal en Moni salvo la fuerte resaca que
resonaba en su cabeza.
A
medio día, llegando a casa, por una fracción de segundo recordó
que algo no había ido bien la noche anterior. Un escalofrío hizo
que Moni no abriese la puerta de su casa. Se guardó las llaves y se
marchó a comer a un restaurante de comida rápida.
-Alberto
por favor, tampoco te estoy pidiendo tanto.
-Está
bien, esta noche nos vemos.
La
jornada laboral concluyó y se marchó a su casa. Abrió la puerta y
entró con su amigo. Se quitó la chaqueta -Pilla lo que quieras- la
colgó en el perchero.
-Vale
como veas, te pillo una cerveza.
Cogió
la cerveza y se paseó hasta el comedor donde, con toda la confianza,
encendió el televisor.
-Ey,
te está sonando el teléfono -Avisó.
-Cógelo
por favor, que estoy en el baño -se oyó de fondo una débil voz.
Le
dio un sorbo a la lata de cerveza y descolgó.
¿Diga?
-Hola
buenas tardes, le llamaba para ofrecerle una nueva vida.
-Ah
pues...esto… espere un momento porque estoy con el teléfono de mi
amiga. Amiga mía, es para ti, ¿que si quieres una nueva vida?
-ironizó.
Del
teléfono sonó un susurro. -Zorra...-
¿Perdón?
Nadie
respondió, solo se escucharon jadeos. Colgaron.
Sonrió
incrédulo y colgó el teléfono. Le dio un trago a la cerveza y se
sentó en el sillón.
-¿Quién
era? -Dijo con una toalla en la mano.
-Pues
la verdad que no lo sé, porque… -se sorprendió de la herida en la
cara de su amiga.
-Oye,
¿que te ha pasado? ¿estás bien?
-Sí,
no te preocupes, me he levantado con la cara así, me debí caer de
la cama o algo.
-No
me había fijado pero vaya, eso tiene mala pinta. Oye si tienes algo
que contarme...puedes hacerlo.
-Que
va, no te preocupes ni pienses cosas raras, simplemente no sé como
me lo hice -sentenció.
El
día se hizo noche y Moni llegó a casa después de realizar compras
menores. Abrió la puerta y un halo de aire frío la recibió. Dejó
las bolsas en la cocina y se acercó al teléfono, tecleó y escuchó
los mensajes del contestador mientras guardaba la compra.
Una
voz metálica le narraba.
-Tiene
tres mensajes:
1º
mensaje: Hola cariño, ¿te apetece venirte el sábado a casa a
cenar? Haré cordero asado que se que te encanta, responde cuando
puedas cielo, un beso.
2º
mensaje: Ey tía, ¿te apetece venirte a tomar algo mañana por la
noche? Va a venir Hugo y...ya sabes, podríamos hablar de mi, de
vosotros, ya sabes..jaja responde pronto tía que si no me toca
cambiar plan y ya sabes la rabia que me da, pero bueno, no te
preocupes que además si no puedes, como siempre jaja, tenemos
sustituta. Un beso cielo.
3º
mensaje: ...
El
silencio se hizo presente. El tercer mensaje se escuchaba bajo o no
terminaba de arrancar. Levemente se escuchó la voz de un hombre que
resultaba familiar. Parecía ser el tipo que llevaba toda la semana
llamando para promocionar a saber qué.
Moni
prestó atención, afinó el oído y pudo entender.
-Puta...te
voy a matar...te tengo que matar...puta...puta...puta -cambió su
tono siniestro para dar paso a una risa macabra-
El
teléfono profirió un clic y se cortó.
Estaba
aterrada. Esto ya iba más allá de una broma telefónica o una
publicidad.
Con
el pulso como una pandereta, cogió el teléfono para llamar a la
policía y otra vez la voz metálica habló.
-Tiene
cero mensajes.
Moni
no atinaba a marcar los dígitos correctos. Estaba muy nerviosa. Con
una mano marcaba el número de la policía y con la otra hurgaba en
su bolso, desesperada por encontrar un cigarrillo que llevarse a la
boca.
La
llamada no daba señal, lo que la alteraba.
Un
ruido ahogado se escuchó al final de su largo pasillo.
Moni
quedó mirando la puerta del comedor. Se mordía los labios presa del
pánico. Era muy posible que alguien la estuviera espiando, que
hubieran entrado en su casa y lo peor de todo, que ese alguien
estuviera apunto de atacarla.
Los
segundos que la policía tardaba en responder el teléfono eran
eternidades para Moni.
El
ruido había sonado al final del pasillo, eso equivalía a siete
segundos.
Muchos
pensamientos afloraron en su cabeza y la huida era uno de ellos.
La
llamada no daba señal y colgó. Se decidió a marcharse de casa, y
cuando estaba cruzando el umbral de la puerta, el televisor se
encendió provocando un pequeño estallido de luz.
Se
dio la vuelta desde la puerta y miró la televisión que emitía unas
imágenes que le resultaban familiares.
En
la pequeña pantalla aparecía la habitación de Moni con ella
durmiendo plácidamente y un señor vestido de negro saludando a
cámara y grabándola mientras hacía gestos extraños.
Moni
no supo como reaccionar, quería huír pero las imágenes del
televisor no dejaban que se marchara. Los pelos de su cuerpo se
afilaron como cuchillos cebolleros. Una lágrima cayó del ojo
izquierdo, pero se esfumó de golpe cuando aporrearon la puerta.
Moni
cayó al suelo del sobresalto. Se levantó torpemente y corrió a la
cocina a por un cuchillo.
Con
el cuchillo amenazando a la puerta y sin poder articular palabra
miraba sin parpadear, esperando algo.
-¿Estás
ahí? ¿Moni? He oído ruidos, ábreme soy yo. -gritó su amigo-
Su
cuerpo se relajó al oír una voz amiga. Dejó el cuchillo en el
recibidor y abrió la puerta con ganas de dar un abrazo a alguien.
Pero allí no había nadie. Creyó que se estaba volviendo loca,
cerró la puerta y se apoyó sobre ella llorando desesperada.
Se
mintió a sí misma pensando que estaba tranquila y avanzó por el
pasillo habiendo encendido todas las luces posibles que iluminaban el
interior de la casa.
Avanzó
un poco más aún no sabiendo qué iba a encontrarse. Pero no había
nada ni nadie, solo un silencio incómodo.
Volvió
al sillón con su cuchillo cebollero y volvió a marcar el número de
la policía. Pero nuevamente no daba señal. Se terminó el cigarro
que tenía encendido minuto y medio atrás y otro golpe seco resonó
en el interior de la vivienda.
El
televisor se volvió a encender y mostraba el pasillo de su casa. El
pasillo iba avanzando y alguien rió con un tono muy siniestro.
A
Moni no le daba tiempo a huir. Alguien había grabado su vivienda por
dentro y se acercaba a ella. De pronto las luces se apagaron dejando
una oscuridad cegadora.
-¡Socorro!
-gritó desesperada. ¡Socorro!
La
televisión se volvió a encender. Una cámara con visión nocturna
grababa la estancia donde estaba Moni y el tipo que grababa en la
habitación.
Moni
vio, por la televisión como el tipo se acercaba.
Zarandeó
el cuchillo mientras gritaba -¡Hijo de puta! Déjame en paz por
favor.
Moni
vio por última vez la televisión donde emitirían su muerte. El
hombre levantaba la mano y
portaba un cuchillo.
Era
el cuchillo que segundos más tarde cortó en seco sus gritos y su
cabeza.