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martes, 22 de octubre de 2019

La semana


Era lunes por la mañana y vibraba toda la mesita de noche. El sonido era tan potente que el sueño profundo en el que ella era la dueña de la marca internacional más conocida, echó a correr. Con los ojos entreabiertos, sacó el brazo de entre las sábanas y lo arrimó al sonido zumbante que desprendía el móvil.

Era las 8:00 de la mañana y lo primero en lo que se pudo fijar, fue en la fecha. Tenía encima una resaca importante por culpa del cumpleaños de Rafa. Lo segundo en que se fijó era en el número de teléfono que mostraba la pantalla y que no estaba registrado.
Supuso que sería de alguna compañía de teléfono, pero aún así lo descolgó.

-¿Diga? -dijo adormilada.

-Hola, buenos días, le llamo para ofrecerle…

Moni, aún medio dormida pero con el suficiente aliento para responder, dijo: -No, no..no me interesa, ¡gracias! -colgó.

Dejó el teléfono dónde se lo había encontrado y se incorporó. Mientras se despejaba, mirando a un punto fijo, pensaba en las pocas ganas que tenía de comenzar el día.

El martes volvía a casa del trabajo para el descanso. Lo primero que hizo al llegar fue quitarse los zapatos, se desvistió, se puso el pijama y se tumbó en el sofá.

Pasó aproximadamente unos cuarenta y cinco minutos y se decidió a prepararse la comida. Apartó la manta y se levantó del sofá. Se dirigió a la cocina y se calentó en el microondas una tortilla fría del día anterior. Mientras las ondas hacían su efecto, el móvil de Moni sonó varias veces, pero no lo escuchó.

Se comió la tortilla con un chorro de ketchup y se marchó de nuevo a trabajar.
Al llegar a casa repitió la fórmula del medio día. Se quitó los zapatos, se desvistió, se puso el pijama y se tumbó en el sofá.

La tarde se hizo noche enseguida y con ella llegaron las ganas de comer. Se levantó y abrió el frigorífico. No vio nada interesante mas que la leche semi-desnatada. La cogió y se lleno un vaso. Se lo bebió y tiró el brick vacío a la basura.

Regresó al comedor y se tumbó de nuevo. El tiempo pasaba y la película no avanzaba. Era lenta y con poco diálogo, eso sumado al cansancio hacía bostezar por minutos a Moni.
Estaba dando los últimos cabezazos. El móvil sonó y del sobresalto se golpeó la cabeza.
Suspiró cansada y descolgó el teléfono sin mirar de quién se trataba.

-¿Si?

-Hola, buenas tardes. Le llamaba para ofrecerle…

Moni, en voz baja pero lo suficiente alta para que la escuchasen dijo:

-Pfff, ¡qué pesados!

-¿Disculpe? -susurraba.

Ella no era así de antipática, pero el sueño acumulado la hizo colgar sin dar explicaciones.

El miércoles fue un buen comienzo de día. Había descansado mejor y el trabajo había marchado con fluidez. Moni estaba terminando de fregar los platos de los últimos dos días, a la par que cocinaba unas chimichangas mexicanas. Le dio un par de vueltas al sofrito de pollo, y tomó un sorbo de su copa de vino. Dejó la copa en la encimera. El teléfono sonó.

-Mamá, ya estoy terminando de cocinar, mañana por la tarde iré.

-Disculpe, creo que se equivoca. Llamaba para ofrecerle…

Moni sin pensarlo dos veces respondió no tan de buenas formas al chico.

-No, disculpe usted, lleva llamándome dos días seguidos, si no le he respondido será porque no me interesa, lo siento.

-Déjeme exponerle nuestra oferta, perra, será solo un par de minutos.

-¿Perdón? ¿Cómo me ha llamado?


La persona al otro lado del teléfono no respondió con palabras, sino con jadeos.

-¿Oiga? ¿Oiga?

-Te… -el susurro se tornó desagradable- voy a matar...puta.

-¡Gilipollas! -Moni colgó. No sabía si se trataba de una broma o algo serio, y aunque no le dio importancia, se llevó un pequeño susto.

El jueves transcurrió el día con mucha monotonía. Al finalizar la jornada laboral, regresó a casa y siguió el mismo ritual que el lunes y martes. Esa noche estaba intranquila, pero finalmente el sueño se la llevó a un mundo mejor.

Era de madrugada y un silencio sepulcral inundaba la habitación. Tan solo el tic tac del reloj emitía sonido. Moni se despertó de un impulso, pero no se incorporó, solo abrió los ojos. Algo iba mal.

El ambiente incómodo se instalaba en aquel cuarto de apenas cinco metros cuadrados.
Un nudo se adueñaba de la garganta de Moni a la par que se le cortaba el aliento. No quería darse la vuelta, pero notaba una presencia. ¿Era posible que alguien hubiese entrado en su casa? Tal vez no, pero la sensación de miedo y angustia era evidente.
Moni intentó tranquilizarse contando mentalmente hasta diez.

-Uno… Moni, tranquila- pensaba para sí- dos… tres…

Todo parecía volver a su cauce.

-Siete… -de pronto un pitido minúsculo sonó-

Moni se incorporó todo lo deprisa que su cuerpo le permitió. Encendió la luz y cogió su libro “soñar no es de locos” de la mesita de noche como arma.

Su respiración era intensa y la gota de sudor que le caía por la frente que le brillaba más que nunca ponía punto y final a un sueño bastante profundo.

Se levantó y dio una vuelta por toda la casa para comprobar que no había nadie.
Se fumó un par de cigarros y tres vasos de agua.

Se tumbó de nuevo en la cama y noto que alguien le tapaba la boca. Cayó en sueño profundo.

VIERNES.

Se había levantado con la boca muy seca. Le dolía horrores la cabeza y estaba aturdida. Era extraño, no había recordado irse de fiesta la noche anterior, pero la sensación era de resaca espantosa.

El día avanzaba y todo estaba normal en Moni salvo la fuerte resaca que resonaba en su cabeza.
A medio día, llegando a casa, por una fracción de segundo recordó que algo no había ido bien la noche anterior. Un escalofrío hizo que Moni no abriese la puerta de su casa. Se guardó las llaves y se marchó a comer a un restaurante de comida rápida.

-Alberto por favor, tampoco te estoy pidiendo tanto.

-Está bien, esta noche nos vemos.

La jornada laboral concluyó y se marchó a su casa. Abrió la puerta y entró con su amigo. Se quitó la chaqueta -Pilla lo que quieras- la colgó en el perchero.

-Vale como veas, te pillo una cerveza.
Cogió la cerveza y se paseó hasta el comedor donde, con toda la confianza, encendió el televisor.

-Ey, te está sonando el teléfono -Avisó.

-Cógelo por favor, que estoy en el baño -se oyó de fondo una débil voz.
Le dio un sorbo a la lata de cerveza y descolgó.

¿Diga?

-Hola buenas tardes, le llamaba para ofrecerle una nueva vida.

-Ah pues...esto… espere un momento porque estoy con el teléfono de mi amiga. Amiga mía, es para ti, ¿que si quieres una nueva vida? -ironizó.

Del teléfono sonó un susurro. -Zorra...-

¿Perdón?

Nadie respondió, solo se escucharon jadeos. Colgaron.

Sonrió incrédulo y colgó el teléfono. Le dio un trago a la cerveza y se sentó en el sillón.
-¿Quién era? -Dijo con una toalla en la mano.

-Pues la verdad que no lo sé, porque… -se sorprendió de la herida en la cara de su amiga.
-Oye, ¿que te ha pasado? ¿estás bien?

-Sí, no te preocupes, me he levantado con la cara así, me debí caer de la cama o algo.
-No me había fijado pero vaya, eso tiene mala pinta. Oye si tienes algo que contarme...puedes hacerlo.

-Que va, no te preocupes ni pienses cosas raras, simplemente no sé como me lo hice -sentenció.
El día se hizo noche y Moni llegó a casa después de realizar compras menores. Abrió la puerta y un halo de aire frío la recibió. Dejó las bolsas en la cocina y se acercó al teléfono, tecleó y escuchó los mensajes del contestador mientras guardaba la compra.

Una voz metálica le narraba.
-Tiene tres mensajes:

1º mensaje: Hola cariño, ¿te apetece venirte el sábado a casa a cenar? Haré cordero asado que se que te encanta, responde cuando puedas cielo, un beso.

2º mensaje: Ey tía, ¿te apetece venirte a tomar algo mañana por la noche? Va a venir Hugo y...ya sabes, podríamos hablar de mi, de vosotros, ya sabes..jaja responde pronto tía que si no me toca cambiar plan y ya sabes la rabia que me da, pero bueno, no te preocupes que además si no puedes, como siempre jaja, tenemos sustituta. Un beso cielo.

3º mensaje: ...

El silencio se hizo presente. El tercer mensaje se escuchaba bajo o no terminaba de arrancar. Levemente se escuchó la voz de un hombre que resultaba familiar. Parecía ser el tipo que llevaba toda la semana llamando para promocionar a saber qué.

Moni prestó atención, afinó el oído y pudo entender.
-Puta...te voy a matar...te tengo que matar...puta...puta...puta -cambió su tono siniestro para dar paso a una risa macabra-

El teléfono profirió un clic y se cortó.
Estaba aterrada. Esto ya iba más allá de una broma telefónica o una publicidad.
Con el pulso como una pandereta, cogió el teléfono para llamar a la policía y otra vez la voz metálica habló.

-Tiene cero mensajes.

Moni no atinaba a marcar los dígitos correctos. Estaba muy nerviosa. Con una mano marcaba el número de la policía y con la otra hurgaba en su bolso, desesperada por encontrar un cigarrillo que llevarse a la boca.

La llamada no daba señal, lo que la alteraba.
Un ruido ahogado se escuchó al final de su largo pasillo.
Moni quedó mirando la puerta del comedor. Se mordía los labios presa del pánico. Era muy posible que alguien la estuviera espiando, que hubieran entrado en su casa y lo peor de todo, que ese alguien estuviera apunto de atacarla.

Los segundos que la policía tardaba en responder el teléfono eran eternidades para Moni.
El ruido había sonado al final del pasillo, eso equivalía a siete segundos.
Muchos pensamientos afloraron en su cabeza y la huida era uno de ellos.

La llamada no daba señal y colgó. Se decidió a marcharse de casa, y cuando estaba cruzando el umbral de la puerta, el televisor se encendió provocando un pequeño estallido de luz.
Se dio la vuelta desde la puerta y miró la televisión que emitía unas imágenes que le resultaban familiares.

En la pequeña pantalla aparecía la habitación de Moni con ella durmiendo plácidamente y un señor vestido de negro saludando a cámara y grabándola mientras hacía gestos extraños.

Moni no supo como reaccionar, quería huír pero las imágenes del televisor no dejaban que se marchara. Los pelos de su cuerpo se afilaron como cuchillos cebolleros. Una lágrima cayó del ojo izquierdo, pero se esfumó de golpe cuando aporrearon la puerta.

Moni cayó al suelo del sobresalto. Se levantó torpemente y corrió a la cocina a por un cuchillo.
Con el cuchillo amenazando a la puerta y sin poder articular palabra miraba sin parpadear, esperando algo.

-¿Estás ahí? ¿Moni? He oído ruidos, ábreme soy yo. -gritó su amigo-

Su cuerpo se relajó al oír una voz amiga. Dejó el cuchillo en el recibidor y abrió la puerta con ganas de dar un abrazo a alguien. Pero allí no había nadie. Creyó que se estaba volviendo loca, cerró la puerta y se apoyó sobre ella llorando desesperada.

Se mintió a sí misma pensando que estaba tranquila y avanzó por el pasillo habiendo encendido todas las luces posibles que iluminaban el interior de la casa.
Avanzó un poco más aún no sabiendo qué iba a encontrarse. Pero no había nada ni nadie, solo un silencio incómodo.

Volvió al sillón con su cuchillo cebollero y volvió a marcar el número de la policía. Pero nuevamente no daba señal. Se terminó el cigarro que tenía encendido minuto y medio atrás y otro golpe seco resonó en el interior de la vivienda.

El televisor se volvió a encender y mostraba el pasillo de su casa. El pasillo iba avanzando y alguien rió con un tono muy siniestro.
A Moni no le daba tiempo a huir. Alguien había grabado su vivienda por dentro y se acercaba a ella. De pronto las luces se apagaron dejando una oscuridad cegadora.

-¡Socorro! -gritó desesperada. ¡Socorro!

La televisión se volvió a encender. Una cámara con visión nocturna grababa la estancia donde estaba Moni y el tipo que grababa en la habitación.

Moni vio, por la televisión como el tipo se acercaba.

Zarandeó el cuchillo mientras gritaba -¡Hijo de puta! Déjame en paz por favor.

Moni vio por última vez la televisión donde emitirían su muerte. El hombre levantaba la mano y 
portaba un cuchillo.

Era el cuchillo que segundos más tarde cortó en seco sus gritos y su cabeza.