El frío ya estaba
instalado por completo en los días previos a la navidad de las
noches valencianas. Las tarde se hacía noche mucho antes y las
calles inundadas con enormes abrigos y bufandas ocupaban la mayor
parte de las aceras. Algunas farolas indicaban el agotamiento de dar
luz a lo largo de los años provocando en ellas un incesante
parpadeo.
En mitad de la
tarde, durante sus horas de descanso y después de la primera parte
de una jornada laboral un tanto complicada, un chico practicaba su
hobby en una cafetería no muy lejana a su puesto de trabajo. Los
trazos sobre el papel manchado con gotas de café, reflejaban una
habilidad maravillosa de la que más tarde sacaría partido. Sus ojos
lloraban lágrimas de cansancio.
Llevaba más de cinco minutos sin parpadear y dos horas sin levantar la cabeza del lienzo adornando el dibujo.
El lápiz se consumió un centímetro y medio más aquella tarde. Una vez hubo terminado el dibujo, se echó hacia atrás, se terminó el segundo café y suspiró. Lo observaba con una ilusión envidiable y su cabeza estaba viajando a trazos nuevos a los que dar forma. Miró el móvil y se dio cuenta que le quedaban diez minutos para entrar en su puesto de trabajo. Sería muy justo, pero si se daba prisa llegaría a tiempo.
Llevaba más de cinco minutos sin parpadear y dos horas sin levantar la cabeza del lienzo adornando el dibujo.
El lápiz se consumió un centímetro y medio más aquella tarde. Una vez hubo terminado el dibujo, se echó hacia atrás, se terminó el segundo café y suspiró. Lo observaba con una ilusión envidiable y su cabeza estaba viajando a trazos nuevos a los que dar forma. Miró el móvil y se dio cuenta que le quedaban diez minutos para entrar en su puesto de trabajo. Sería muy justo, pero si se daba prisa llegaría a tiempo.
Se levantó de la
silla, y fue directo a pagar su consumición. Mientras esperaba el
cambio en la barra de aquella cafetería, se fijó en como un hombre
de aspecto desmejorado y un cartel con faltas ortográficas colgado
sobre el cuello, se quedaba perplejo observando su última obra. El
hombre tocó el dibujo con su dedo índice sutilmente y sonrió.
Volvió a la mesa donde había pasado su descanso y recogió el
dibujo y el abrigo. El hombre se dio cuenta que el chico se iba y
decidió hablar con él.
-Una moneda, por
favor -pidió aquél hombre, que a juzgar por su acento, debía ser
de algún país del este.
-Lo siento, no tengo
nada -respondió.
-Tu, dibujas mi
-dijo el hombre.
-No entiendo.
-Tu dibujas mi.
-¿Cómo dice?
-Tu dibujas mi -el
hombre se quitó el cartel con el que solía pedir en la calle y se
levantó la camiseta, señalando la parte del hombro- tu dibujas
hija.
-¿Quiere que yo le
dibuje?
-Sí. Dibujar en
piel mi hija.
Lo entendió. Aquél
señor, sin querer, había llamado a la parte emocional de aquél
chico.
-Ya quisiera, no
sabe usted a quien le ha preguntado… pero yo no tatúo de momento.
Como mucho le puedo hacer un dibujo de su hija y si la semana que
viene está por aquí, se lo regalaré.
-Igual, dibuja hija,
yo pago todo.
-No le cobraré.
El hombre sacó de
su cartera una foto de su hija, que se encontraba en su país.
-Mire, le saco una
foto con el móvil, ahora me tengo que ir.
-Vale. Volveré
próxima semana.
-De acuerdo. -le
extendió en la mano dos monedas de un euro- no tengo más, lo
siento.
-Gracias. Dios
bendiga.
Le colocó las dos
monedas en la palma de su mano y el contacto directo con el vagabundo
le transmitió un calambre que hizo echarse hacia atrás y soltar una
carcajada a ambos.
El chico corrió a
su trabajo con una pizca más de ilusión por un sueño que cada día
veía más cerca la posibilidad de cumplirlo.
Sin saberlo, aquello
sería el comienzo de una carrera peculiar.
El segundo turno de
su jornada laboral, no fue menos complicado que el primero, pero le
daba igual, su cabeza estaba presente en el momento de aquél hombre
que le había pedido un dibujo, y eso le hacía tremendamente feliz.
Transcurrieron los
días y el dibujo estaba casi completo.
El chico acudió
varias semanas después por aquella cafetería, pero no hubo rastro
del vagabundo.
Se guardó el dibujo
en su bloc y pasó página. Pero aquél vagabundo ya había regado la
semilla que crecía a toda prisa en el interior del chico.
Su estilo era muy
personal. Decoraba sus obras con toques góticos y depresivos, pero
no transmitía eso, sino todo lo contrario. Sus obras poco a poco
comenzaron a hacerse conocidas en redes sociales, y para cuando esto
hubo pasado, su nivel tatuando había crecido considerablemente.
Por aquél entonces,
llevaba practicando más de dos años y medio y tenía clientes fijos
que le traían más clientes. Cansado de hacer siempre el mismo tipo
de obra, se decidió a cambiar un poco su sello, haciendo otros
dibujos verdaderamente terroríficos para algunos, pero que en
cambio, daban más resultado que los anteriores. Eran obras obscenas,
provocadoras y con una pátina de satanismo light. Se le ocurrió
mezclar su imaginación con su creencia religiosa, cuyo resultado era
inquietante.
Llegó un punto en
que tenía hasta 80 clientes a la semana. El negocio estaba
floreciendo y su satisfacción personal le impedía ser infeliz.
Una tarde de
descanso, practicaba su trazo, creando una obra que desataría un
infierno imposible de zanjar.
Su lápiz le llevó
a realizar una historia en un solo dibujo, un paraguas azul, se
cubría de unos rayos potentes y llenos de furia, bajo un cielo
anaranjado. Se trataba de su último diseño.
Lo colocó en el
bloc de muestra de su tienda. Al poco tiempo de exponerlo, una chica
llena de tatuajes, se decidía a probar al nuevo tatuador de moda de
la zona, y casualmente el diseño por el que se decidió fue el
paraguas azul.
Durante la sesión
de tatuaje, un día de tormenta, la luz del local se fue. El tatuaje
estaba a la mitad sobre la espalda de la chica. Al rato volvió y se
pudo terminar correctamente.
La chica quedó muy
satisfecha hasta el último día de su vida.
Sus siguientes
tatuajes fueron muy alabados por algunos, criticados por otros, pero
lo que este artista provocaba, no dejaba a nadie indiferente.
Pasaron semanas y el
negocio iba creciendo, a la par que su cartera. Contrató a una mujer
con años de experiencia en el sector y la gente estaba orgullosa del
sitio en el que se tatuaba.
Amaneció con un sol
espléndido. Se dirigía a su local, pero antes compró el periódico
del día, era ya casi una rutina cogerlo antes de entrar a tatuar.
Se preparó todo lo
necesario para la visita del próximo cliente y esperó
tranquilamente junto con su taza de café caliente y su periódico.
Era un día de pocas
novedades según el diario, pero hubo una noticia que le heló la
sangre.
Era un artículo
pequeño, de apenas dos párrafos, pero contenía la información
suficiente para saber que había sido culpa suya.
Una mujer muere
víctima de un rayo. La noticia en sí, no era nada del otro mundo
salvo por la desgraciada muerte de la víctima. La chica era cliente
de su local, es más, la había tatuado seis semanas atrás. El día
anterior, una lluvia fina había caído cuando el sol se ponía,
dejando un paisaje anaranjado. La chica salió de casa a comprar
tabaco y armada con su paraguas azul, fue alcanzada por dos rayos,
provocando su muerte al instante.
Era una macabra
coincidencia, pero eso no era excusa para provocar en él
remordimientos y malestar.
Una clienta había
muerto de la misma forma que reflejaba su tatuaje en la espalda y eso
era horrible para su reputación y para su conciencia.
Dos meses más
tarde, la cosa se había relajado. Perdió un par de clientes
supersticiosos, pero por lo general le iba igual de bien. Una tarde
apunto de cerrar el local, se percató de algo que en su mesa de
trabajo. El reflejo descansaba sobre un par de dibujos que había
terminado esa misma tarde. Se acercó y los observó a través de la
tenue luz oscura. Los cogió y se dio cuenta que algo no iba bien.
Aquellos dibujos horas antes le habían parecido una genialidad, de
hecho los había guardado en su bloc de favoritos, pero ahora no
pensaba igual. Algo inquietante había dibujado.
Era un dibujo simple, una calavera mexicana a la que le aparecía un gusano por la boca y en los ojos se reflejaba una mujer suicidándose. Se acercó más a la vista el papel y al día siguiente juraría que la mujer pintada en uno de los ojos le había sonreído. Acto seguido su vello se erizó. Soltó el dibujo a toda prisa y salió del local.
Era un dibujo simple, una calavera mexicana a la que le aparecía un gusano por la boca y en los ojos se reflejaba una mujer suicidándose. Se acercó más a la vista el papel y al día siguiente juraría que la mujer pintada en uno de los ojos le había sonreído. Acto seguido su vello se erizó. Soltó el dibujo a toda prisa y salió del local.
Había amanecido
cansado, sin ganas de ir a trabajar por primera vez en mucho tiempo,
no se sentía animado para decorar la piel de sus clientes. Se lavó
la cara con agua muy fría y se vistió.
Llegó al estudio y
su compañera le estaba esperando con cara de preocupación.
-¿Qué pasa?
-Ven, siéntate.
-Lucía, ¿me puedes
decir que pasa?
-Vale. Te tienes que
enterar, pero no te preocupes, es otra lamentable casualidad -le
enseñó otro periódico.
Leyó en voz alta:
-Hombre muerto por un atraco en la gasolinera del barrio sur. Este
es… -agachó el periódico y lo dejó encima de la mesa- este es el
chaval al que le hice el tatuaje del encapuchado apoyado en una
katana, ¿verdad?
-Sí. Sigue leyendo.
-El atacante usó
una katana como arma para cometer su atraco. El chico se abalanzó
sobre el atracador y durante el forcejeo la katana se hundió en el
pecho del joven de 17 años, que ha perdido la vida en el hospital de
cervantes a las 21:00 de la tarde. -en un arrebato, rompió el
periódico.
-¡Tranquilízate!
Es solo otra casualidad
-¿Otra puta
casualidad? Es una mierda de casualidad. Ha muerto otra persona de
una forma similar por no decir idéntica, a la de un tatuaje que yo
mismo he dibujado con estas manos.
-¿Y qué?
-No lo sé, pero
esto no va a venir bien para el negocio, y mucho menos para mi. ¿que
va a pensar la gente sobre mi? Que soy gafe o algo parecido. Dejarán
de venir, Lucía.
-No tiene porqué.
Además que son casualidades, no tiene que volver a pasar.
-¿Y si no lo son?
-¿A que te
refieres?
-Pues joder, que más
que casualidad, es una especie de ironía macabra. Es raro Lucía, no
me jodas.
-A ver, raro si que
es, pero es solo eso, algo raro que ha sucedido.
-Dos veces.
-Si volviese a
ocurrir… no sabría donde meterme. Si vuelve a ocurrir no haré un
tatuaje nunca más. En mi vida.
-Estás exagerando.
Va, cálmate, tomate una tila y vamos a empezar a currar, que en
media hora viene la chica de ayer.
La mañana fue
intensa y emocional, pero terminó gratificante.
A medida que
avanzaba el año, el estudio perdía más clientes a causa de los
rumores de mala suerte que arrastraban a causa de las dos víctimas
tatuadas y posteriormente muertas de la misma manera que
representaban sus pieles. Todo el éxito que tenía, cambió de rama,
a mala fama.
Volvía a llover.
Esa tarde de lluvia fue un punto de inflexión en su carrera. Por un
lado planteaba dejarlo todo y no volver a tatuar nunca más, ni
siquiera a dibujar. Por otro lado se planteaba cambiar de ciudad y
comenzar de cero, pero ambas eran muy arriesgadas como para
decantarse por una de ellas. Cerró la puerta y se situó debajo del
paraguas. Avanzó por la calle y alguien le llamó. Al girarse vio a
un amigo al que no veía desde que le tatuó año y medio atrás.
-Ey tío, no vengas,
ya cruzo yo.
Avanzó a ver su
amigo el artista y en mitad de una lluvia fina, era arrollado por una
coche rojo, desgraciadamente había vuelto a ocurrir.
AÑO Y MEDIO ANTES.
-¿Y eso?
-Pues mira, fue el
coche con el que mi madre me enseñó a conducir, y quiero llevarlo
en mi piel para tener un recuerdo eterno de él.
-Vale, ahora te
tatúo, nos llevará una hora y media más o menos. Siéntate ahí y
ahora elegimos el tono de rojo que quieres.
EN LA ACTUALIDAD
No podía ni quería
creerlo. Se trataba ya de la tercera víctima en menos de seis meses,
víctimas que morían de la misma manera que sus propios diseños.
Diseños salidos directamente de su cabeza.
No sabía a quien
acudir ni que hacer, lo que si tenía claro era que iba a dejarlo
todo, al menos por un tiempo.
-Es como si…
predijera cosas sin saberlo.
-Explícame eso.
-Yo hago diseños,
dibujo cosas, fusiono etc y esas cosas ocurren luego a las personas a
las que he tatuado. Al principio hacía diseños más góticos, pero
a la segunda víctima suavicé el estilo, pero ya con el tercero…
daba igual. Era un simple coche y era mi amigo. Me siento muy
culpable. No duermo, no como, no quiero salir de mi casa, no tengo
motivación y hasta he empezado a buscarme otro trabajo. No sé que
hacer con esto.
El psicólogo no le
sirvió de mucho, puesto que le llegaron más muertes idénticas a
sus diseños.
Era el segundo mes
que estaba en casa. Solo salía para comprar comida. Al principio
utilizaba el teléfono pero le llegaban noticias de más muertes y
optó por destrozarlo. Haciendo limpieza de dibujos antiguos,
encontró un bloc de sus comienzos. Pasaba páginas y páginas de
dibujos de todo tipo. Por aquel entonces no tenía un estilo propio y
probaba con todo tipo de ilustraciones. El empire state building, un
cuervo masticando un pedazo de carne, una bicicleta…
el segundo bloc
contenía básicamente sus pruebas de ojos, comisuras de bocas y
contornos de cuerpos desnudos.
Cuando alcanzó el
tercer bloc se le derramó una lágrima. Pasaba dibujos sin apenas
fijarse en ellos. Encontró un retrato de su abuelo, encontró un
retrato de su perra y varios más de paisajes bucólicos, hasta que
llegó a uno que no le sonaba.
-¿Y este? -lo
alcanzó y lo arrancó del bloc. Estuvo observándolo detenidamente y
se acordó de algo.
Era una niña, de
unos tres años como mucho, tenía una vestimenta extraña, como de
otro país. Y entonces se acordó de aquel inicio.
Se trataba del
retrato de una niña. Se lo había pedido un vagabundo años atrás
cuando dibujaba en una cafetería del centro. Lo dobló y se lo
guardó en el bolsillo. Cogió las llaves y se marchó.
Llego a la cafetería
donde se lo habían pedido. Ahora era una pizzería.
Se sentó fuera y
pidió una pizza que no tocó. Esperó a aquel hombre sin esperanza
alguna. Y comenzó de nuevo a dibujar. Por el reverso del retrato de
la niña, comenzó a dibujar una figura que le venía a la mente. No
consiguió nada. No apareció nadie por allí. Pero sí había vuelto
a dibujar.
Había dibujado su
tatuaje favorito, el que le adornaba el antebrazo. Un revólver echando
fuego, abrazado por una cadena de pinchos.
Optó por marcharse
de la pizzería y regresar a su casa. Tenía en un alto porcentaje
claro, que no iba a acudir aquel señor para recoger el retrato de su
hija, casi tres años después.
Al volver a casa,
encendió la televisión y dejó de fondo las noticias. Robos,
políticos corruptos… era siempre lo mismo y le aburría
enormemente. Cogió una cerveza, una bolsa de patatas fritas y se
tiró sobre el sofá a ver pasar el tiempo. Masticó sin ganas media
bolsa de patatas y prestó atención a una noticia.
“Un hombre de
nacionalidad búlgara ha sido detenido esta madrugada en un piso del
centro de Valencia. El susodicho era líder de un grupo que cometía
prácticas satánicas y rituales de magia negra. Reclutaba a jóvenes
chicas vírgenes y abusaba de ellas. Se desconoce su finalidad.
Vecinos suyos comentan que desde fuera parecía un señor normal,
pero lo cierto es que se ha llevado la vida de varias personas y se
enfrenta a varios delitos de pederastia y de homicidio”
Aquel señor líder
de un grupo satánico era el mismo señor que le había regado la
semilla del tatuaje años atrás. Se vistió de nuevo y se fue a una
comisaría de policía a preguntar por él. Necesitaba verle para
darle su dibujo.
No le dijeron nada
de dónde estaba. Llamó a su tío que era jefe de policía de
Alcásser, un pueblo cercano y le dijo dónde podía visitarle, pero
debía acompañarle, solo no podía ir.
Fueron a la cárcel
y les ofrecieron una visita de cinco minutos.
Esperaba impaciente.
Estaba nervioso. No sabía que hacía allí exactamente y que le
diría. Sonó una alarma y se abrió una puerta. Por allí apareció.
Había cambiado, era más corpulento y con los brazos llenos de
tatuajes, eso le llamó mucho la atención.
-¿Quien eres?
-No creo que se
acuerde de mi. Usted pedía en la calle y me vio dibujando.
-Mi hija. Tu la
dibujaste.
-Si, verá aquí la
tiene.
El agente de
seguridad intervino. -Lo siento pero no puede dar nada al preso.
-Lo siento.
-¿Qué quieres?
-No me interesa lo
que haya hecho, pero estaba pensando en aquél día en el que me
pidió el dibujo y… ¿usted recuerda que cuando le di el dinero nos
dio un calambre?
El preso se rió.
-¿De qué se ríe?
-¿Crees en el
diablo?
-No. bueno, no lo
sé.
Se acercó a su cara
y le susurró. -Lo llevas dentro.
-¿Qué está
diciendo?
-La vida es solo una
transición. Hay personas que son elegidas para hacer el mal, y yo te
elegí a ti.
-¿De que hablas?
-Aún queda mucha
sangre que derramar. Tu tienes un poder en tus manos, pero todo poder
no es otorgado sin condiciones.
-Yo no he elegido
matar a nadie. Solo quiero ser feliz con mi trabajo. Porque..¿porque
le ha desaparecido el acento?
-Han pasado tres
años y lo hablo mucho mejor.
-¿Como puedo
quitarme esto?
-No puedes. Ya te he
dicho que te elegí.
-Pero eres un
asesino… yo no quiero serlo.
-Se acaba el tiempo.
-Espere, espere.
Dime algo ¡por favor!
-Córtate las manos
-se río exageradamente y dejó entrever su boca llena de caries y
dientes amarillentos.
-Espero que no le
pase lo mismo a su hija.
-¿Mi hija? Esa foto
no era mi hija imbésil. -volvió a reír.
El retrato de
aquella niña que ahora no sabía de quién se trataba, se quedó
allí en la cárcel.
Se fue a su casa
atormentado sin saber que hacer. Llevaba a sus espaldas más de nueve
muertes y aquello debía parar. Hasta llegó a considerar cortarse
las manos.
Su única opción,
al menos la menos drástica, fue no volver a dibujar ni tatuar nunca
más.
-¿Pero en serio me
estás diciendo que un tipo que hace tres años te pidió un dibujo,
te pasó su mala energía por un calambre?
-Sí.
-No sé.
-¿Qué no sabes?
-Pues que suena
absurdo. Solo digo eso.
-¿Y que explicación
le das a las muertes? Y no me jodas con las casualidades. Una es una
casualidad, nueve ya es una maldición.
-No sabía que eras
supersticioso.
-No lo sabía ni yo,
pero son muchas muertes, mi corazón no lo resiste más.
-No sé que decirte,
más que ha sido un placer trabajar contigo y que espero que te vaya
todo muy bien, pero es una pena. Eres uno de los mejores tatuadores
que me he encontrado.
Al tiempo se enteró
que el hombre búlgaro se había ahorcado en su celda.
Continuó dibujando,
pero jamás le regaló un dibujo a nadie, ni mucho menos volvió a
decorar una piel.
Ya volvía el calor,
y con él las hojas secas.
Paseando por las calles de valencia con la
mirada perdida, entró en una tetería. Se pidió un té y esperó a
su cita. Armado con un revólver en una mano, y una cadena en la
otra, un terrorista, como si se tratase de un aspersor, esparció
tiros a diestro y siniestro, sin importar a quién miraba.
Al chico
lo alcanzaron cuatro balas, al igual que su propio tatuaje, se dejó
llevar a un mundo mejor y con él, daba por finalizada su maldición.
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