Estaban nerviosos. Acudían a la
consulta con la esperanza de que los resultados vomitasen un
positivo. Era la última esperanza que tenían de traer al mundo lo
que más anhelaban.
La mano de su marido era apretada con
toda la fuerza e ilusión que cabía dentro de ella.
-Cariño, afloja un poco, que si
continuas así no me va a quedar mano para echar al volante.
-Lo siento, pero es que realmente estoy
tan nerviosa... es nuestro último intento.
-Confía. Las cosas llegan cuando
tienen que llegar.
-Pero llevamos más de un año
intentándolo.
-No sería el momento. Yo confío en
que esta vez nos vamos a volver a casa con una enorme sorpresa.
-La sorpresa puede ser un arma de doble
filo.
Giró la cabeza al asiento del copiloto
para preguntar a su mujer. -¿A qué te refieres?
Un camión pasó a toda velocidad por
delante de ellos provocando un susto de muerte a la pareja.
El coche paró en seco.
-¿Esta era la sorpresa?
Ambos rieron nerviosos.
Al llegar a la consulta del doctor
Serrano, se sentaron impacientes a la espera de los resultados.
Durante el camino no habían parado de charlar de todo un poco,
aunque siempre lo redirigían al tema principal, y tiempo más tarde
les pareció curioso y llamativo, síntoma de sus profundos nervios,
que nada más pisar dicha consulta, no articularon palabra hasta que
el doctor comenzó con sus preguntas. Pasaron un mal rato. Estos
médicos siempre daban rodeos para hacer ver que su trabajo era más
delicado y complejo de lo que en realidad era, nada más y menos que
dar un resultado a unas pruebas de embarazo. Tras quince minutos de
intensos escalofríos, palpitaciones ásperas y sudores veraniegos,
el doctor les confirmó lo que tanto se temían. Hacía cuarenta
minutos atrás, mencionaban que para bien o para mal, se llevarían
una sorpresa. Y así fue.
CUATRO AÑOS DEPUÉS.
Era el último día de curso. Esteban
estaba listo para el baile que llevaba preparando con toda la clase
durante más de dos meses. Estaba nervioso, pero a causa de las ganas
que le inundaban, nada de nervios artísticos. No veía la hora de
comenzar.
El baile fue todo un éxito entre los
padres y alumnos de segundo curso, por primera vez en muchos años,
un baile de primer curso había salido infinitamente mejor que los de
segundo, acostumbrados ya a las ovaciones típicas.
Esteban cumplía cinco años a final de
mes, y fue entonces la primera vez que sus padres notaron esos
síntomas que desembocarían en algo que mucha gente sigue sin creer.
Era real, aunque de todo punto inexplicable.
-Venga cariño, buenas noches. Y no
enciendas la luz que ya eres mayor para eso -dijo su madre y entornó
la puerta.
-Si mami. Pero... y si esta noche
vuelvo a soñar con el niño, ¿qué hago?
-Pues abres los ojos, te incorporas y
respiras tres veces. Cuentas hasta diez y tomas un poquito de agua
que ahora te dejaré en la mesita. Y una vez hecho todo, te vuelves a
acostar y cierras los ojos muy fuerte y pensando en los regalos que
te van a traer mañana.
El chico se durmió. Llevaba varias
noches soñando con un niño y al principio de los sueños, lo veía
como un mero espectador, pero a medida que avanzaba el sueño, podía
sentir en sus propias carnes lo que allí transcurría.
La pesadilla, se mostraba difuminada,
solo podía intuirla. Una casa oscura y muy vieja, como de otro
tiempo. Un vaso de agua y mucho ruido acompañado de una enorme llama
de fuego. Un colgante muy estropeado por el tiempo pero muy bonito,
era lo único que le hacía sentir bien dentro de aquél intenso
sueño.
Empezó la cosa con destellos, con un
realismo casi mágico. Nadie le creía, no entendía muy bien si era
por el hecho de ser un niño, o porque lo que contaba era ilógico.
Se despertó sudando. Su respiración
era costosa y en ocasiones parecía que se ahogaba.
-¡Mami, han matado a papá! - El
chico, presa del pánico, acudió al dormitorio de sus padres para
comprobar que aquello no era cierto, que no era más que un sueño.
-Esteban, ¿ya estamos otra vez? ¿Que
te había dicho del vaso de agua?
Sumido en un mar de lágrimas apenas
vocalizaba.
-Lo he visto mami, han disparado a
papá. Y luego dos hombres mayores venían a por mi.
El muchacho se acariciaba el cuello,
como buscando algo.
-Pero hijo, ¿no ves a papá? Está
dormido como un lirón. Si eso es estar muerto, yo hasta hace poco
también lo estaba. Anda, vuelve a la cama o lo despertarás.
-Mami, tengo miedo. No quiero que
vuelvan los hombres malos. Papá estaba lleno de sangre y tenía las
piernas mal, llenas de heridas.
-Va Esteban, ¿quieres que me enfade?
Ha sido solo una pesadilla. Vete a tu cuarto y ahora iré a
arroparte, verás como ahora sueñas algo mejor.
Pero la cosa no cambió. Había pasado
el verano con tremendas pesadillas, a decir verdad con una sola
pesadilla. Repetía lo mismo una y otra vez. Cada nuevo amanecer, era
narrado por la misma dichosa pesadilla que tenía en vilo a su hijo
desde hacía meses.
-Es que esto ya no es normal.
-¿Y que hacemos? -dio un sorbo al café
recién hecho que aún quemaba.
-Pues o llevarlo al médico, o a un
psicólogo, o yo que sé, pero el niño no puede continuar así.
El chico, había cambiado sus estados
de ánimo. Todo el día era un lamento para él. Nada le
entusiasmaba, todo le parecía mal. Insistía en que sus padres
estaban muertos. Sentía un dolor muy profundo en el corazón. No
entendían el porque de esta situación. Hasta la fecha había sido
un niño normal y corriente, había vivido feliz, en una familia
llena de cariño y respeto. Jamás habían discutido delante de él,
salvo una vez por una absurda tarea del hogar.
Creyeron, que a raíz de aquella leve
discusión en la que los dos levantaron un poco el tono de voz, se le
habían metido cosas raras en la cabeza. No sabían cierto si aquello
podía ser así, pero era tan absurdo que por una discusión al chico
le hubiese afectado tanto, que decidieron finalmente llevarle al
hospital para hacerle unas pruebas.
Esteban, se quejaba de un fuerte dolor
en la pierna derecha. Decía que no podía andar, que prefería
arrancársela, como al dueño de su pesadilla.
Tras varias pruebas en las que no
sacaron nada en claro, puesto que ninguna radiografía mostraba
ningún daño, la única recomendación que se les dio fue acudir a
un psicólogo.
Así ocurrió. A la semana siguiente,
el chico continuaba con su estado de ánimo por los suelos, el miedo
a la muerte de sus padres y en concreto a la de su padre, continuaba
muy vivo.
La última semana, sus padres habían
estado muy pendiente de él, muy encima. A pesar de trabajar muchas
horas en la cocina de su restaurante, Fernando siempre sacaba tiempo
para estar con él. El chico lloraba día sí día también.
-No quiero que te mueras papá.
-lloraba desconsoladamente.
-Pero hijo, es que tal cosa no va a
suceder, te lo prometo. -Le abrazaba muy fuerte pero el llanto no
cesaba.
Por fin llegó el día. Estaban ya
bastante desesperados y cuanto antes curasen a su hijo, mucho mejor.
Llegaron al despacho de una pscióloga
y los padres se marcharon fuera de la consulta durante la hora y
media que estuvieron hablando. Al principio el chico no soltaba
prenda, estaba muy nervioso en un sitio que no conocía, con una
chica que no conocía y para colmo sin sus padres.
-Entonces te llamas Esteban, ¿no?
El chico no dijo nada, solo asintió.
-Pues es un nombre muy bonito, te
llamas igual que mi padre.
Para ganarse la confianza del chico,
primero empatizó con él hablando de cosas que le gustaban, como
ciertos dibujos animados de televisión, su comida favorita que era
la pizza y varios deportes como el baloncesto o el fútbol. Al
finalizar la hora, comenzaron las preguntas serias.
Por fin le tenía en el lugar que
quería, a pesar de que su rostro reflejaba una tristeza como hacía
tiempo que no veía.
-¿Porque piensas que tus papás se van
a morir?
-Porque lo he visto.
Anotó unas cosas en un cuaderno de
color verde.
-¿En los sueños lo has visto?
-Más o menos.
-¿Más o menos? No te entiendo
Esteban.
-Pues que lo he visto, pero también lo
he notado.
-Sigo sin entender, cariño. ¿Me
podrías contar que es lo que sientes?
-Pues es un sueño muy bonito, pero de
pronto todo se vuelve oscuro y pasan cosas malas.
-¿Qué tipo de cosas malas? -Anotó
algo nuevamente.
-Pues mi casa se rompe y se me cae
encima.
-¿Tu casa? Tus papás me han dicho que
la casa con la que sueñas es de dos plantas y esta muy vieja, y esto
no coincide con tu hogar.
-Es mi casa, pero no es dónde vivo
ahora.
-Ajá. -anotó algo de nuevo y al
finalizar, golpeaba muy despacio el bolígrafo contra el cuaderno.
Era un truco muy viejo de la profesión, el leve traqueteo ayudaba a
los pacientes a tranquilizarse y así poder desnudarse mejor
emocionalmente, no siempre funcionaba, pero sí en un alto
porcentaje.
-¿Y porque dices que es tu casa?
-Porque sí. Tengo las mismas
cosquillitas en la barriga cuando estoy en la casa del sueño que en
la mía.
-Tus papás... -dijo en tono serio,
pero al ver la cara que ponía el chico, lo suavizó- ¿discuten
mucho?
-Los de ahora no.
-No entiendo. ¿los de ahora?
-Sí. Los que me han traído aquí.
-¿Tienes más papás?
-Creo que sí. -Se chupó el dedo
pensativo como cuando era más pequeño y continuó- Sí, los papás
del sueño.
Anotó algo en el cuaderno.
-Dime Esteban. ¿te gustan las
películas de terror? ¿has visto muchas?
-No. En casa están prohibidas hasta
que sea más mayor. -hizo una pausa y añadió- porque ya soy mayor.
-Sí lo eres, sí -sonrió. Las cosas
que pasan en el sueño, con tus papás del sueño... ¿es parecida a
alguna que hayas oído a alguien, o hayas leído?
-Es parecida a otra cosa.
-¿A qué cosa?
-Pues no sé decírtelo. Es una
pesadilla, que mamá me ha dicho que es mala, pero a mi me parece que
me pasó cuando era más pequeño y no me sé acordar.
-Pero eso no puede ser, tus papás
están vivos.
-Ya lo sé, por eso no se explicartela.
Y por eso me da miedo.
La psicóloga sonrió.
-No pasa nada, ¿vale cariño? Hemos
terminado por hoy, ¿te parece bien que nos veamos la próxima semana
y me cuentas más cositas?
-Vale.
-Estupendo. Ahora te daré unas hojas y
con la ayuda de tu mamá la rellenarás y así las vemos juntos la
semana que viene.
-¿Me vas a poner deberes?
-Pues... más o menos -rió- pero estos
son mucho más divertidos, porque a la hora de la entrega, te
llevarás cuatro o cinco de esos -señaló un bol lleno de caramelos
de todos los colores y sabores.
-¡Qué guay! Pero no hay sumas, ¿no?
No me gustan.
-No, tranquilo. Anda vamos con los
papás.
La psicóloga hizo un gesto y los
padres acudieron.
-Esteban, bonito, ¿nos quieres esperar
allí sentado mientras mamá y papá hablan con la chica?
Se sentó sin replicar pero con la
misma cara de lamento.
-Bueno, ¿sabe que le puede pasar?
-No creo que sea nada grave, me ha
dicho cosas que seguramente haya leído o visto por la televisión,
en algún noticiario o algo que haya visto hace tiempo y lo recuerde
como si le hubiese pasado a él.
-¿Y esas cosas de que tiene cuatro
padres y su padre va a morir?
-Bueno, eso me ha llamado la atención
pero como ya le digo, eso es algo instalado en su subconsciente que
no recuerda y que por alguna razón le ha venido ahora.
¿Y que hacemos? Porque el crío lleva
así ya muchos meses, no parece el mismo.
-De momento rellenad estos formularios
con él y si los resultados dicen algo que no espero, pues ya
tendríamos a lo mejor que hablar con un psiquiátra.
-¿Mi hijo puede estar loco? -preguntó
asustado el padre.
-Yo no he dicho eso. Simplemente hay
que contemplar varias vías. No creo que sea nada más allá de lo
que le he dicho, pero son muchos meses los que me han comentado, el
tiempo que lleva sufriendo el chico. Y a tan corta edad una depresión
tan grande que tiene, no es sano.
Pasó la semana y la cosa no mejoraba.
El chico ya iba más allá y comenzó a describir los lugares del
sueño, unos detalles tan extraños que se planteaban si el chico
podía llegar a tener visiones, o premoniciones como había leído el
padre, y así se lo comunicó a la psicóloga.
-¿Puede ser que el chico tenga alguna
sensibilidad especial y pueda ver cosas que van a suceder?
-Mire, yo personalmente no creo en esas
cosas, pero sigo pensando que el chico tiene lo que le dije la semana
pasada.
-Es que nos describe situaciones que
parecen tan reales... lo sufre tanto que es como si viviese lo que
cuenta.
La sesión no aportó nada nuevo a la
teoría de la doctora. El caso le dio algunos detalles que la
pusieron alerta para abrir otras vías.
-No creo que esto tenga que ver con
psiquiátras. Pero es realmente curioso lo de este chico -comentó
durante la cena a su pareja.
-¿Y el chaval puede ver todo lo que
pasa?
-Sí, pero es una misma pesadilla. Solo
ve aquello, lo siente. No ve el futuro como sus padres creen.
-Pero es que la historia que cuenta, es
como de la España profunda. Como si me lo estuviera contando mi
abuelo.
-¿Y que te cuenta?
-Pues que está en una casa y que se
derrumba. Que más tarde su padre le regala un colgante y unos
hombres malos lo matan. Y que luego lo matan a él también.
-¿Como dices?
-Pues eso, que los matan y que su padre
tiene las... -el novio la interrumpió.
-Las piernas rotas -acabó la frase.
Muy alucinada preguntó.
-Sí. ¿me explicas esto?
-Cariño, esa historia me la contaba mi
abuelo de pequeño. Eso es lo que le pasó al hermano de mi abuelo.
-¿Pero que estás diciendo?
-Al padre de mi abuelo lo fusilaron en
la guerra. Y a uno de sus hijos igual.
-Como a miles de familias, ¿que tiene
que ver con la historia de tu abuelo?
-Todo lo que me cuentas. El colgante,
las piernas...
-Al padre de mi abuelo, lo fusilaron
después de torturarlo. Se arrastró como pudo hacia su casa, donde
le esperaba su hijo y antes de que esos malnacidos lo mataran, le dio
un colgante familiar.
-El chico me decía que lo único del
sueño que le hacía sentir bien era el colgante.
-Claro, era lo último que le quedaba
ya de la familia.
-Después de eso, el hermano de mi
abuelo huyó. Y al finalizar el crimen de su padre, hicieron lo
propio con él.
-¿Y como puede haber oído ese niño
esa historia? No os conocéis y mucho menos va a conocer a tu abuelo
y mucho menos va a conocer a su padre.
-No lo sé, pero ahora mismo tengo un
gran escalofrío por dentro.
La psicóloga, llamó de noche a los
padres de Esteban y les concertó una cita al día siguiente, cuando
el chico estuviese en clase.
-Bueno, usted dirá.
-Tutéenme por favor.
-Pues, tú dirás.
-A ver. Se que lo que les voy contar va
a ser sorprendente. Y yo no soy muy dada a creer en estas cosas pero
es que ha habido una casualidad entre algo que sé y lo que Esteban
me ha contado, que es mucha casualidad para un niño de cinco años
que no conoce a la otra parte.
La pareja se miró extrañada.
-No entendemos nada.
-Es comprensible, no lo entiendo ni yo.
¿Ustedes creen en la reencarnación?
Pensativos no supieron que responder.
-Pues...sí. No, no lo sé. ¿Nos
podrías explicar que sucede?
-Su hijo describe cosas y siente cosas
que pasaron hace mucho tiempo. Su hijo lleva meses pasando por una
depresión enorme, y contando una historia que coincide al milímetro
con una historia de 1938.
-Que insinúas, ¿que me hijo es un
reencarnado?
-No lo sé, pero sería una
posibilidad.
-Pero es..es absurdo.
-Sé que suena increíble, pero vuestro
hijo a descrito detalle por detalle la misma historia. ¿Os
importaría que un señor os contase la historia?
-Supongo. Nos da igual, pero esto no
entiendo que tiene que ver con Esteban.
-Ahora lo descubriréis. -Se levantó y
abrió la puerta de la consulta- Por favor, Eduardo, pase.
Un señor de ochenta años entró
ayudado de un bastón de madera italiana. Le costaba respirar y su
perfecta y redonda barriga le dificultaba aún más su asma. -Un
placer señores -dijo y se sentó de golpe.
-Por favor, cuénteles la historia.
-Pues verán. A finales de 1938 yo
tenía la sensación que aquella guerra no iba a terminar nunca. Mi
padre cada día nos llevaba con él para buscar algo de comer y leña
para dormir calientes. El último día que le vi, portaba a mi
hermano de tres o cuatro meses, ya no recuerdo bien, atado a sus
espaldas con un puñado de mantas. Nos cogió a mi madre a mi hermana
pequeña y a mi, y nos llevó hasta un pequeño refugio en el que
también estaban algunos amigos y dos vecinos a los que siempre
estuvimos unidos. Todos creíamos que aquél refugio nos protegería
de las bombas. Bombas lanzadas por malnacidos que querían vernos
muertos por pensar distinto a ellos. No miro a nadie -hizo un gesto
obsceno- pero por culpa de... nos mataron a todos. Yo pude escapar y
vi la escena completa, un desastre en mi vida, jamás lo olvidaré.
Mi padre se llevó a mi hermano en la espalda y marchó a por mi
hermano. Se había ido de casa y cuando nos fuimos aún no había
llegado. Por lo visto llegó a casa, pero los merodeadores. que así
es como llamábamos a aquellos malnacidos, mi padre tuvo que llegar a
lo que quedaba de su casa arrastrándose, como si fuese una
serpiente. Al llegar a su casa....
-No cuente más -interrumpió el padre
de Esteban- ya sé que viene luego. -se giró hacia su mujer- la
historia que le sigue a eso es el sueño del niño.
-Ya me doy cuenta... como...¿como es
posible?
-No tengo ni idea señora, a mi me ha
dicho mi nuera que venga aquí para contarles esta batallita de mi
triste infancia.
El padre de Esteban lo recogió del
colegio alegando que tenían que irse de viaje. Lo llevó a la
consulta y de la mano, entraron dentro. Al ver a aquél señor, el
niño sollozó y corrió a abrazar su enorme barriga.
-Esteban cielo, ¿le conoces? -preguntó
su madre.
-Es mi hermano. -afirmó tajante.
El señor no sabía que estaba pasando.
-¿Como voy a ser tu hermano niño? ¿No
me ves la edad?
La psicóloga intervino.
-Esteban cariño, ¿quieres contarle al
señor la historia de tus sueños?
Empezó el relato con todo tipo de
detalles, hasta las ropas rasgadas que vestían aquél fatídico día.
“En el interior de Mander, a finales
de 1938, una guerra oscura y llena de injustificable e intenso odio,
se había adueñado del pueblo. Era el número cinco de la calle Juan
Antonio Niebla, donde una familia que un tiempo atrás fue feliz, se
encontró con la parte más ruin del ser humano.
El tiempo transcurría cargado de
silencios intensos que no cesaban a pesar de su deseo. Se acercaba la
una de la madrugada y aún no había recibido una noticia. Su
desaliento se agrandaba a la vez que las bombas agrandaban el lugar.
A oscuras y como pudo, se puso en pie y fue a tomar un poco de agua.
¿Volvería? Deseaba que fuese así, pero en el fondo sabía que la
posibilidad era muy remota. El antiguo vaso de la abuela estaba
cargado tanto de grietas como de recuerdos de una vida mejor. No
tardaría mucho tiempo en romperse, pero aguantaría lo suficiente
como para contener líquido durante un tiempo más. Andaba de un lado
de la cocina a otro, pasando por la habitación común donde una vez
descansó su familia. Dejó el vaso en el fregadero. Abrió el grifo
y sonó como un petardo de feria. El agua salía de un tono muy
oscuro que se veía perfectamente a pesar de la penumbra de la casa.
Su corazón le hacía sentir como en un concierto, bombeando sangre a
toda prisa. Se acercaban las dos de la madrugada y todavía nada.
Pensó que era mejor hacerse a la idea de tener que comenzar una
nueva vida, él solo, sin su familia. Se limpió una lágrima que se
deslizaba hasta la barbilla y en una bolsa de lana metió un pantalón
ajado y viejo y una camisa del ejército que se había encontrado el
viejo abuelo Anselmo. Esperó un poco más para ver si su marcha era
acompañada, pero nadie acudía. Cerró la bolsa y cayó al suelo del
impacto. Una bomba había estallado cerca del lugar. La planta de
arriba se vino abajo llenando todo de escombros y polvo. De entre los
restos de un hogar mermado por el odio, se levantó aturdido. Sus
oídos emitían un pitido interminable que hacía más tensa, real y
desagradable la situación. Lo tenía claro. Por mucho que le doliese
aquello, debía abandonar el pueblo de inmediato. Su familia en un
99% estaba con sus abuelos en un mundo mejor y si no quería ir con
ellos debía marcharse ya.
Abrió la puerta aprovechando el ruido
que había dejado la bomba. Observó a través de la puerta
entreabierta y vio una pareja de merodeadores. Se escondió detrás
de lo que quedaba de puerta y contuvo la respiración.
-Espera, creo que hay alguien ahí
todavía. -dijo apoyando el fusil sobre el hombro.
-No queda nadie vivo -rió- ¿has visto
como ha quedado esa casucha? Anda, vamos.
Continuaron su ruta del odio.
Esperó cinco minutos a que estuviesen
lejos para poder huir. Miró por la pequeña línea que marcaba la
puerta y la abrió con intención de echar a correr. Una mano atrapó
su tobillo. Por fin acabaría todo. Lo habían atrapado para
fusilarlo y hacer compañía a sus familiares. Cerró los ojos y con
las manos detrás de la cabeza se arrodilló pidiendo clemencia.
-Por favor... -quiso continuar la
frase, pero si se paraba a pensarlo, era mejor reunirse con sus
familiares que pasarse toda una vida huyendo del odio absurdo.
-¡¡CHIST, CALLA!! -susurró una voz.
Le resultaba familiar. Abrió los ojos
y tumbado en el suelo vio a su padre ensangrentado y un bulto inerte
que sujetaban sus brazos. No lo quería preguntar y mucho menos
creer, pero todo indicaba que el bulto envuelto en mantas malolientes
y deshilachadas, era el cadáver de su hermano de apenas cuatro meses
de vida.
-No puede ser... -derramó un mar
revuelto de lágrimas- estás vivo...
-No por mucho tiempo. Toma, guarda esto
-le dio un medallón antiguo familiar- y nunca olvides quien eres, ni
quien fuimos. Huye hijo.
Otra bomba explotó a unos veintisiete
metros, pero la onda expansiva llegó hasta las piernas casi
destrozadas del padre.
-Papá... -lamentó su hijo. Se colgó
el medallón creyendo que le traería suerte.
Las caras de su padre lo decían todo.
El dolor parecía tener vida propia. La sensación era la misma que
al echar vinagre o un poco de sal en una herida recién abierta.
-Vete de aquí, imbécil. -ordenó.
Los merodeadores se percataron de los
lamentos de aquél hombre.
-¡Por allí! Te dije que oí algo
antes. -corrieron hacia la casa derruida.
-Vamos hijo, vete de aquí.
El muchacho, dio un beso al nido de
mantas ensangrentadas y otro a su padre. -Lo siento -lamentó en voz
baja y echó a correr.
Desde un muro destrozado, vio el
fusilamiento de su padre.
-¿Creías que te ibas a escapar?
Deshecho humano de mierda. -Uno de los merodeadores, el más bajo,
escupió en la cara amoratada del padre.
-Vete al infierno. Vamos, mátame de
una vez.
Daniel se quitó el medallón y lo
besó. Acto seguido lo apretó con todas sus fuerzas con las manos
frente al pecho, deseoso de no ver morir a su padre.
-Allí vas a ir tu, enseguida. -se
colocó el fusil en el hombro y apuntando a la cabeza apretó el
gatillo. Parte del cerebro reventado salpicó a uno de los
merodeadores, provocando la arcada inmediata y la risa de su
compañero.
El estruendo resonó en todo lo que
quedaba de barrio, haciendo eco en las casas anteriormente
destruidas. El muchacho guardó en su corazón durante el resto de su
corta vida aquél sonido tan espeluznante.
-Mira, carne de deshecho, ¿quieres?
-los dos rieron.
Daniel, se encontraba a siete metros de
los merodeadores, aunque a decir verdad, hacía mucho tiempo que el
nombre de asesinos les acompañaba.
Echó a correr de nuevo agarrando
fuerte el medallón por la calle. Al girar la esquina, la parte
delantera de un fusil lo golpeó violentamente y le hizo caer al
suelo.
-¿Creías que te ibas a escapar?
-apuntó con el fusil a su cabeza.
-Eres un hijo de puta.
-¿Como dices? -preguntó incrédulo el
merodeador.
No lo repitió pero su mirada si lo
hizo.
-Repite eso, mocoso muerto. -ameanzó.
Daniel escupió en su rostro.
-Vaya -se limpió con la manga teñida
de rojo de anteriores víctimas- eres muy valiente. Lástima que esto
solo te vaya a servir para sufrir un poco antes de morirte.
El fusil, que apuntaba a su cabeza,
ahora lo hacía a una pierna. Apretó el gatillo y el estruendo
reventó la pierna del muchacho.
-¡¡AHHHH!! -gritó con toda su alma.
Los merodeadores que habían fusilado a
su padre acudieron al grito.
-¿Qué pasa aquí?
-Nada, solo me divertía antes de
deshacerme de este pedazo de mierda.
El chico, dijo una última frase antes
de morir. -Pedazo de mierda son los que te han traído a este mundo y
han hecho posible que crezcas.
-Muy valiente -dijo. Sonrió y acto
seguido disparó sobre el hombro izquierdo del chico.
Ya no gritaba, el dolor era tan intenso
que le había provocado un desmayo. Le metieron dos tiros más y se
marcharon riéndose de sus últimas “limpiezas” como ellos lo
llamaban.
Como un cuadro excéntrico y abstracto,
quedaron así los dos cuerpos padre e hijos fusilados y separados por
diez minutos de diferencia y ocho metros de distancia, poniendo fin
así a una familia feliz”
-A mi edad y aún hay cosas en esta
vida a las que no encuentro explicación. ¿qué es esto?
-Soy tu hermano, tu hermano muerto. Y
mamá y papá también están muertos.
-¿Me puedes explicar esto? -le
preguntó a la psicóloga.
-Verás, no sabemos como llamar a esto,
pero todo indica que Esteban -le miró y le acarició la cabeza- a
ver, no tiene otra explicación.
-No des más rodeos, ¿qué pasa?
-¿Sabes lo que es la reencarnación?
-Sí, creo que sí -dudó.
-Pues es posible que...que el pequeño
Esteban -se avergonzaba de pensar así y mucho menos decirlo en voz
alta- sea la reencarnación de tu hermano fallecido.
-¿Como puede ser? Yo lo he parido
-afirmó su madre con un poco de orgullo ofendido.
-No me hagas reír. ¿Es una broma de
mi nieto?
-No. es totalmente cierto. Ya has oído
al chico.
-Esto... esto no puede estar pasando.
No sé si estamos todos locos o... -dijo el padre de Esteban confuso.
-Niño, ¿sabrías decirme el lugar
exacto dónde mi padre me llevaba a recoger la leña?
-Sí. En el bosque pequeño que hay
debajo de la colina al pasar la casa de color verde.
El viejo se quedó atónito. Ese
detalle era imposible que lo supiera, a decir verdad, ningún otro.
Había contado la historia mejor de lo que el mismo la recordaba.
-Al principio creía que podría ser
una depresión a causa de una historia que por alguna razón había
oído por ahí o visto sin acordarse, pero comentándolo con tu nieto
me dijo que esa historia pertenecía a tu familia.
-Ya lo creo -afirmó golpeando el
bastón contra el suelo mientras se le escapaba una lágrima.
Aquella experiencia dentro del despacho
nunca se les olvidaría a ninguno. El viejo llevó a la familia al
pueblo dónde todo ocurrió hacía tantos años. Paseando por sus
calles, Esteban recordaba cada detalle del barrio, cada casa derruida
ahora reconvertida en pisos y chalets. Esteban había vivido una
vida pasada con otro nombre, y ahora se había reencarnado. Era
complejo de creer y mucho más de explicar, incluso a día de hoy hay
teorías al respecto que intentan chafar el término reencarnación.
Parece cosa de novelas y ficción, pero es tan real como el agua que
pasa por el río.
-¿Y como puede superar esto Esteban?
-Pues tengo que pensarlo, es la primera
vez que me encuentro con un caso de este estilo y no desemboca en
algún tipo de enfermedad mental como la personalidad múltiple o la
esquizofrenia. Supongo que con algún tipo de terapia, aceptando que
ahora tiene otra vida y llevándolo lo mejor posible.
Y así fue. Esteban se recuperó con la
ayuda de su hermano unos años bastante más mayor y sus “nuevos”
padres. Tardó mucho en hacerlo, pero aprendió a vivir con ello,
incluso escribió un libro contando su experiencia. Poco después
dicho libro se adaptó al cine.
-¿Cuéntanos, Esteban, como surge toda
esta historia real que nos cuentas?
-Pues todo esto es gracias a lo que
llevo colgando que le da nombre al libro y a la película, algo que
me regaló mi hermano mayor. Este medallón plagado de historia.
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