miércoles, 30 de agosto de 2017

Mander

Estaban nerviosos. Acudían a la consulta con la esperanza de que los resultados vomitasen un positivo. Era la última esperanza que tenían de traer al mundo lo que más anhelaban.

La mano de su marido era apretada con toda la fuerza e ilusión que cabía dentro de ella.
-Cariño, afloja un poco, que si continuas así no me va a quedar mano para echar al volante.
-Lo siento, pero es que realmente estoy tan nerviosa... es nuestro último intento.
-Confía. Las cosas llegan cuando tienen que llegar.
-Pero llevamos más de un año intentándolo.
-No sería el momento. Yo confío en que esta vez nos vamos a volver a casa con una enorme sorpresa.
-La sorpresa puede ser un arma de doble filo.
Giró la cabeza al asiento del copiloto para preguntar a su mujer. -¿A qué te refieres?
Un camión pasó a toda velocidad por delante de ellos provocando un susto de muerte a la pareja.
El coche paró en seco.
-¿Esta era la sorpresa?
Ambos rieron nerviosos.

Al llegar a la consulta del doctor Serrano, se sentaron impacientes a la espera de los resultados. Durante el camino no habían parado de charlar de todo un poco, aunque siempre lo redirigían al tema principal, y tiempo más tarde les pareció curioso y llamativo, síntoma de sus profundos nervios, que nada más pisar dicha consulta, no articularon palabra hasta que el doctor comenzó con sus preguntas. Pasaron un mal rato. Estos médicos siempre daban rodeos para hacer ver que su trabajo era más delicado y complejo de lo que en realidad era, nada más y menos que dar un resultado a unas pruebas de embarazo. Tras quince minutos de intensos escalofríos, palpitaciones ásperas y sudores veraniegos, el doctor les confirmó lo que tanto se temían. Hacía cuarenta minutos atrás, mencionaban que para bien o para mal, se llevarían una sorpresa. Y así fue.

CUATRO AÑOS DEPUÉS.

Era el último día de curso. Esteban estaba listo para el baile que llevaba preparando con toda la clase durante más de dos meses. Estaba nervioso, pero a causa de las ganas que le inundaban, nada de nervios artísticos. No veía la hora de comenzar.
El baile fue todo un éxito entre los padres y alumnos de segundo curso, por primera vez en muchos años, un baile de primer curso había salido infinitamente mejor que los de segundo, acostumbrados ya a las ovaciones típicas.
Esteban cumplía cinco años a final de mes, y fue entonces la primera vez que sus padres notaron esos síntomas que desembocarían en algo que mucha gente sigue sin creer. Era real, aunque de todo punto inexplicable.
-Venga cariño, buenas noches. Y no enciendas la luz que ya eres mayor para eso -dijo su madre y entornó la puerta.

-Si mami. Pero... y si esta noche vuelvo a soñar con el niño, ¿qué hago?
-Pues abres los ojos, te incorporas y respiras tres veces. Cuentas hasta diez y tomas un poquito de agua que ahora te dejaré en la mesita. Y una vez hecho todo, te vuelves a acostar y cierras los ojos muy fuerte y pensando en los regalos que te van a traer mañana.
El chico se durmió. Llevaba varias noches soñando con un niño y al principio de los sueños, lo veía como un mero espectador, pero a medida que avanzaba el sueño, podía sentir en sus propias carnes lo que allí transcurría.

La pesadilla, se mostraba difuminada, solo podía intuirla. Una casa oscura y muy vieja, como de otro tiempo. Un vaso de agua y mucho ruido acompañado de una enorme llama de fuego. Un colgante muy estropeado por el tiempo pero muy bonito, era lo único que le hacía sentir bien dentro de aquél intenso sueño.

Empezó la cosa con destellos, con un realismo casi mágico. Nadie le creía, no entendía muy bien si era por el hecho de ser un niño, o porque lo que contaba era ilógico.
Se despertó sudando. Su respiración era costosa y en ocasiones parecía que se ahogaba.
-¡Mami, han matado a papá! - El chico, presa del pánico, acudió al dormitorio de sus padres para comprobar que aquello no era cierto, que no era más que un sueño.
-Esteban, ¿ya estamos otra vez? ¿Que te había dicho del vaso de agua?
Sumido en un mar de lágrimas apenas vocalizaba.
-Lo he visto mami, han disparado a papá. Y luego dos hombres mayores venían a por mi.
El muchacho se acariciaba el cuello, como buscando algo.
-Pero hijo, ¿no ves a papá? Está dormido como un lirón. Si eso es estar muerto, yo hasta hace poco también lo estaba. Anda, vuelve a la cama o lo despertarás.
-Mami, tengo miedo. No quiero que vuelvan los hombres malos. Papá estaba lleno de sangre y tenía las piernas mal, llenas de heridas.

-Va Esteban, ¿quieres que me enfade? Ha sido solo una pesadilla. Vete a tu cuarto y ahora iré a arroparte, verás como ahora sueñas algo mejor.
Pero la cosa no cambió. Había pasado el verano con tremendas pesadillas, a decir verdad con una sola pesadilla. Repetía lo mismo una y otra vez. Cada nuevo amanecer, era narrado por la misma dichosa pesadilla que tenía en vilo a su hijo desde hacía meses.
-Es que esto ya no es normal.

-¿Y que hacemos? -dio un sorbo al café recién hecho que aún quemaba.
-Pues o llevarlo al médico, o a un psicólogo, o yo que sé, pero el niño no puede continuar así.
El chico, había cambiado sus estados de ánimo. Todo el día era un lamento para él. Nada le entusiasmaba, todo le parecía mal. Insistía en que sus padres estaban muertos. Sentía un dolor muy profundo en el corazón. No entendían el porque de esta situación. Hasta la fecha había sido un niño normal y corriente, había vivido feliz, en una familia llena de cariño y respeto. Jamás habían discutido delante de él, salvo una vez por una absurda tarea del hogar. 
Creyeron, que a raíz de aquella leve discusión en la que los dos levantaron un poco el tono de voz, se le habían metido cosas raras en la cabeza. No sabían cierto si aquello podía ser así, pero era tan absurdo que por una discusión al chico le hubiese afectado tanto, que decidieron finalmente llevarle al hospital para hacerle unas pruebas.
Esteban, se quejaba de un fuerte dolor en la pierna derecha. Decía que no podía andar, que prefería arrancársela, como al dueño de su pesadilla.
Tras varias pruebas en las que no sacaron nada en claro, puesto que ninguna radiografía mostraba ningún daño, la única recomendación que se les dio fue acudir a un psicólogo.
Así ocurrió. A la semana siguiente, el chico continuaba con su estado de ánimo por los suelos, el miedo a la muerte de sus padres y en concreto a la de su padre, continuaba muy vivo.
La última semana, sus padres habían estado muy pendiente de él, muy encima. A pesar de trabajar muchas horas en la cocina de su restaurante, Fernando siempre sacaba tiempo para estar con él. El chico lloraba día sí día también.
-No quiero que te mueras papá. -lloraba desconsoladamente.
-Pero hijo, es que tal cosa no va a suceder, te lo prometo. -Le abrazaba muy fuerte pero el llanto no cesaba.
Por fin llegó el día. Estaban ya bastante desesperados y cuanto antes curasen a su hijo, mucho mejor.
Llegaron al despacho de una pscióloga y los padres se marcharon fuera de la consulta durante la hora y media que estuvieron hablando. Al principio el chico no soltaba prenda, estaba muy nervioso en un sitio que no conocía, con una chica que no conocía y para colmo sin sus padres.
-Entonces te llamas Esteban, ¿no?
El chico no dijo nada, solo asintió.
-Pues es un nombre muy bonito, te llamas igual que mi padre.
Para ganarse la confianza del chico, primero empatizó con él hablando de cosas que le gustaban, como ciertos dibujos animados de televisión, su comida favorita que era la pizza y varios deportes como el baloncesto o el fútbol. Al finalizar la hora, comenzaron las preguntas serias.

Por fin le tenía en el lugar que quería, a pesar de que su rostro reflejaba una tristeza como hacía tiempo que no veía.
-¿Porque piensas que tus papás se van a morir?
-Porque lo he visto.
Anotó unas cosas en un cuaderno de color verde.
-¿En los sueños lo has visto?
-Más o menos.
-¿Más o menos? No te entiendo Esteban.
-Pues que lo he visto, pero también lo he notado.
-Sigo sin entender, cariño. ¿Me podrías contar que es lo que sientes?
-Pues es un sueño muy bonito, pero de pronto todo se vuelve oscuro y pasan cosas malas.
-¿Qué tipo de cosas malas? -Anotó algo nuevamente.
-Pues mi casa se rompe y se me cae encima.
-¿Tu casa? Tus papás me han dicho que la casa con la que sueñas es de dos plantas y esta muy vieja, y esto no coincide con tu hogar.
-Es mi casa, pero no es dónde vivo ahora.
-Ajá. -anotó algo de nuevo y al finalizar, golpeaba muy despacio el bolígrafo contra el cuaderno. Era un truco muy viejo de la profesión, el leve traqueteo ayudaba a los pacientes a tranquilizarse y así poder desnudarse mejor emocionalmente, no siempre funcionaba, pero sí en un alto porcentaje.
-¿Y porque dices que es tu casa?
-Porque sí. Tengo las mismas cosquillitas en la barriga cuando estoy en la casa del sueño que en la mía.
-Tus papás... -dijo en tono serio, pero al ver la cara que ponía el chico, lo suavizó- ¿discuten mucho?
-Los de ahora no.
-No entiendo. ¿los de ahora?
-Sí. Los que me han traído aquí.
-¿Tienes más papás?
-Creo que sí. -Se chupó el dedo pensativo como cuando era más pequeño y continuó- Sí, los papás del sueño.
Anotó algo en el cuaderno.
-Dime Esteban. ¿te gustan las películas de terror? ¿has visto muchas?
-No. En casa están prohibidas hasta que sea más mayor. -hizo una pausa y añadió- porque ya soy mayor.
-Sí lo eres, sí -sonrió. Las cosas que pasan en el sueño, con tus papás del sueño... ¿es parecida a alguna que hayas oído a alguien, o hayas leído?
-Es parecida a otra cosa.
-¿A qué cosa?
-Pues no sé decírtelo. Es una pesadilla, que mamá me ha dicho que es mala, pero a mi me parece que me pasó cuando era más pequeño y no me sé acordar.
-Pero eso no puede ser, tus papás están vivos.
-Ya lo sé, por eso no se explicartela. Y por eso me da miedo.
La psicóloga sonrió.
-No pasa nada, ¿vale cariño? Hemos terminado por hoy, ¿te parece bien que nos veamos la próxima semana y me cuentas más cositas?
-Vale.
-Estupendo. Ahora te daré unas hojas y con la ayuda de tu mamá la rellenarás y así las vemos juntos la semana que viene.
-¿Me vas a poner deberes?
-Pues... más o menos -rió- pero estos son mucho más divertidos, porque a la hora de la entrega, te llevarás cuatro o cinco de esos -señaló un bol lleno de caramelos de todos los colores y sabores.
-¡Qué guay! Pero no hay sumas, ¿no? No me gustan.
-No, tranquilo. Anda vamos con los papás.
La psicóloga hizo un gesto y los padres acudieron.
-Esteban, bonito, ¿nos quieres esperar allí sentado mientras mamá y papá hablan con la chica?
Se sentó sin replicar pero con la misma cara de lamento.
-Bueno, ¿sabe que le puede pasar?
-No creo que sea nada grave, me ha dicho cosas que seguramente haya leído o visto por la televisión, en algún noticiario o algo que haya visto hace tiempo y lo recuerde como si le hubiese pasado a él.

-¿Y esas cosas de que tiene cuatro padres y su padre va a morir?
-Bueno, eso me ha llamado la atención pero como ya le digo, eso es algo instalado en su subconsciente que no recuerda y que por alguna razón le ha venido ahora.
¿Y que hacemos? Porque el crío lleva así ya muchos meses, no parece el mismo.
-De momento rellenad estos formularios con él y si los resultados dicen algo que no espero, pues ya tendríamos a lo mejor que hablar con un psiquiátra.
-¿Mi hijo puede estar loco? -preguntó asustado el padre.
-Yo no he dicho eso. Simplemente hay que contemplar varias vías. No creo que sea nada más allá de lo que le he dicho, pero son muchos meses los que me han comentado, el tiempo que lleva sufriendo el chico. Y a tan corta edad una depresión tan grande que tiene, no es sano.

Pasó la semana y la cosa no mejoraba. El chico ya iba más allá y comenzó a describir los lugares del sueño, unos detalles tan extraños que se planteaban si el chico podía llegar a tener visiones, o premoniciones como había leído el padre, y así se lo comunicó a la psicóloga.

-¿Puede ser que el chico tenga alguna sensibilidad especial y pueda ver cosas que van a suceder?
-Mire, yo personalmente no creo en esas cosas, pero sigo pensando que el chico tiene lo que le dije la semana pasada.
-Es que nos describe situaciones que parecen tan reales... lo sufre tanto que es como si viviese lo que cuenta.

La sesión no aportó nada nuevo a la teoría de la doctora. El caso le dio algunos detalles que la pusieron alerta para abrir otras vías.
-No creo que esto tenga que ver con psiquiátras. Pero es realmente curioso lo de este chico -comentó durante la cena a su pareja.

-¿Y el chaval puede ver todo lo que pasa?

-Sí, pero es una misma pesadilla. Solo ve aquello, lo siente. No ve el futuro como sus padres creen.

-Pero es que la historia que cuenta, es como de la España profunda. Como si me lo estuviera contando mi abuelo.
-¿Y que te cuenta?

-Pues que está en una casa y que se derrumba. Que más tarde su padre le regala un colgante y unos hombres malos lo matan. Y que luego lo matan a él también.
-¿Como dices?
-Pues eso, que los matan y que su padre tiene las... -el novio la interrumpió.
-Las piernas rotas -acabó la frase.
Muy alucinada preguntó.
-Sí. ¿me explicas esto?
-Cariño, esa historia me la contaba mi abuelo de pequeño. Eso es lo que le pasó al hermano de mi abuelo.
-¿Pero que estás diciendo?
-Al padre de mi abuelo lo fusilaron en la guerra. Y a uno de sus hijos igual.
-Como a miles de familias, ¿que tiene que ver con la historia de tu abuelo?
-Todo lo que me cuentas. El colgante, las piernas...
-Al padre de mi abuelo, lo fusilaron después de torturarlo. Se arrastró como pudo hacia su casa, donde le esperaba su hijo y antes de que esos malnacidos lo mataran, le dio un colgante familiar.
-El chico me decía que lo único del sueño que le hacía sentir bien era el colgante.
-Claro, era lo último que le quedaba ya de la familia.
-Después de eso, el hermano de mi abuelo huyó. Y al finalizar el crimen de su padre, hicieron lo propio con él.
-¿Y como puede haber oído ese niño esa historia? No os conocéis y mucho menos va a conocer a tu abuelo y mucho menos va a conocer a su padre.
-No lo sé, pero ahora mismo tengo un gran escalofrío por dentro.
La psicóloga, llamó de noche a los padres de Esteban y les concertó una cita al día siguiente, cuando el chico estuviese en clase.

-Bueno, usted dirá.
-Tutéenme por favor.
-Pues, tú dirás.
-A ver. Se que lo que les voy contar va a ser sorprendente. Y yo no soy muy dada a creer en estas cosas pero es que ha habido una casualidad entre algo que sé y lo que Esteban me ha contado, que es mucha casualidad para un niño de cinco años que no conoce a la otra parte.

La pareja se miró extrañada.
-No entendemos nada.
-Es comprensible, no lo entiendo ni yo. ¿Ustedes creen en la reencarnación?
Pensativos no supieron que responder.
-Pues...sí. No, no lo sé. ¿Nos podrías explicar que sucede?
-Su hijo describe cosas y siente cosas que pasaron hace mucho tiempo. Su hijo lleva meses pasando por una depresión enorme, y contando una historia que coincide al milímetro con una historia de 1938.
-Que insinúas, ¿que me hijo es un reencarnado?
-No lo sé, pero sería una posibilidad.
-Pero es..es absurdo.
-Sé que suena increíble, pero vuestro hijo a descrito detalle por detalle la misma historia. ¿Os importaría que un señor os contase la historia?
-Supongo. Nos da igual, pero esto no entiendo que tiene que ver con Esteban.
-Ahora lo descubriréis. -Se levantó y abrió la puerta de la consulta- Por favor, Eduardo, pase.

Un señor de ochenta años entró ayudado de un bastón de madera italiana. Le costaba respirar y su perfecta y redonda barriga le dificultaba aún más su asma. -Un placer señores -dijo y se sentó de golpe.
-Por favor, cuénteles la historia.

-Pues verán. A finales de 1938 yo tenía la sensación que aquella guerra no iba a terminar nunca. Mi padre cada día nos llevaba con él para buscar algo de comer y leña para dormir calientes. El último día que le vi, portaba a mi hermano de tres o cuatro meses, ya no recuerdo bien, atado a sus espaldas con un puñado de mantas. Nos cogió a mi madre a mi hermana pequeña y a mi, y nos llevó hasta un pequeño refugio en el que también estaban algunos amigos y dos vecinos a los que siempre estuvimos unidos. Todos creíamos que aquél refugio nos protegería de las bombas. Bombas lanzadas por malnacidos que querían vernos muertos por pensar distinto a ellos. No miro a nadie -hizo un gesto obsceno- pero por culpa de... nos mataron a todos. Yo pude escapar y vi la escena completa, un desastre en mi vida, jamás lo olvidaré. Mi padre se llevó a mi hermano en la espalda y marchó a por mi hermano. Se había ido de casa y cuando nos fuimos aún no había llegado. Por lo visto llegó a casa, pero los merodeadores. que así es como llamábamos a aquellos malnacidos, mi padre tuvo que llegar a lo que quedaba de su casa arrastrándose, como si fuese una serpiente. Al llegar a su casa....

-No cuente más -interrumpió el padre de Esteban- ya sé que viene luego. -se giró hacia su mujer- la historia que le sigue a eso es el sueño del niño.
-Ya me doy cuenta... como...¿como es posible?
-No tengo ni idea señora, a mi me ha dicho mi nuera que venga aquí para contarles esta batallita de mi triste infancia.

El padre de Esteban lo recogió del colegio alegando que tenían que irse de viaje. Lo llevó a la consulta y de la mano, entraron dentro. Al ver a aquél señor, el niño sollozó y corrió a abrazar su enorme barriga.
-Esteban cielo, ¿le conoces? -preguntó su madre.
-Es mi hermano. -afirmó tajante.
El señor no sabía que estaba pasando.
-¿Como voy a ser tu hermano niño? ¿No me ves la edad?
La psicóloga intervino.
-Esteban cariño, ¿quieres contarle al señor la historia de tus sueños?
Empezó el relato con todo tipo de detalles, hasta las ropas rasgadas que vestían aquél fatídico día.

“En el interior de Mander, a finales de 1938, una guerra oscura y llena de injustificable e intenso odio, se había adueñado del pueblo. Era el número cinco de la calle Juan Antonio Niebla, donde una familia que un tiempo atrás fue feliz, se encontró con la parte más ruin del ser humano.
El tiempo transcurría cargado de silencios intensos que no cesaban a pesar de su deseo. Se acercaba la una de la madrugada y aún no había recibido una noticia. Su desaliento se agrandaba a la vez que las bombas agrandaban el lugar. A oscuras y como pudo, se puso en pie y fue a tomar un poco de agua. ¿Volvería? Deseaba que fuese así, pero en el fondo sabía que la posibilidad era muy remota. El antiguo vaso de la abuela estaba cargado tanto de grietas como de recuerdos de una vida mejor. No tardaría mucho tiempo en romperse, pero aguantaría lo suficiente como para contener líquido durante un tiempo más. Andaba de un lado de la cocina a otro, pasando por la habitación común donde una vez descansó su familia. Dejó el vaso en el fregadero. Abrió el grifo y sonó como un petardo de feria. El agua salía de un tono muy oscuro que se veía perfectamente a pesar de la penumbra de la casa. Su corazón le hacía sentir como en un concierto, bombeando sangre a toda prisa. Se acercaban las dos de la madrugada y todavía nada. Pensó que era mejor hacerse a la idea de tener que comenzar una nueva vida, él solo, sin su familia. Se limpió una lágrima que se deslizaba hasta la barbilla y en una bolsa de lana metió un pantalón ajado y viejo y una camisa del ejército que se había encontrado el viejo abuelo Anselmo. Esperó un poco más para ver si su marcha era acompañada, pero nadie acudía. Cerró la bolsa y cayó al suelo del impacto. Una bomba había estallado cerca del lugar. La planta de arriba se vino abajo llenando todo de escombros y polvo. De entre los restos de un hogar mermado por el odio, se levantó aturdido. Sus oídos emitían un pitido interminable que hacía más tensa, real y desagradable la situación. Lo tenía claro. Por mucho que le doliese aquello, debía abandonar el pueblo de inmediato. Su familia en un 99% estaba con sus abuelos en un mundo mejor y si no quería ir con ellos debía marcharse ya.

Abrió la puerta aprovechando el ruido que había dejado la bomba. Observó a través de la puerta entreabierta y vio una pareja de merodeadores. Se escondió detrás de lo que quedaba de puerta y contuvo la respiración.
-Espera, creo que hay alguien ahí todavía. -dijo apoyando el fusil sobre el hombro.
-No queda nadie vivo -rió- ¿has visto como ha quedado esa casucha? Anda, vamos.
Continuaron su ruta del odio.

Esperó cinco minutos a que estuviesen lejos para poder huir. Miró por la pequeña línea que marcaba la puerta y la abrió con intención de echar a correr. Una mano atrapó su tobillo. Por fin acabaría todo. Lo habían atrapado para fusilarlo y hacer compañía a sus familiares. Cerró los ojos y con las manos detrás de la cabeza se arrodilló pidiendo clemencia.
-Por favor... -quiso continuar la frase, pero si se paraba a pensarlo, era mejor reunirse con sus familiares que pasarse toda una vida huyendo del odio absurdo.
-¡¡CHIST, CALLA!! -susurró una voz.

Le resultaba familiar. Abrió los ojos y tumbado en el suelo vio a su padre ensangrentado y un bulto inerte que sujetaban sus brazos. No lo quería preguntar y mucho menos creer, pero todo indicaba que el bulto envuelto en mantas malolientes y deshilachadas, era el cadáver de su hermano de apenas cuatro meses de vida.
-No puede ser... -derramó un mar revuelto de lágrimas- estás vivo...
-No por mucho tiempo. Toma, guarda esto -le dio un medallón antiguo familiar- y nunca olvides quien eres, ni quien fuimos. Huye hijo.
Otra bomba explotó a unos veintisiete metros, pero la onda expansiva llegó hasta las piernas casi destrozadas del padre.
-Papá... -lamentó su hijo. Se colgó el medallón creyendo que le traería suerte.
Las caras de su padre lo decían todo. El dolor parecía tener vida propia. La sensación era la misma que al echar vinagre o un poco de sal en una herida recién abierta.
-Vete de aquí, imbécil. -ordenó.
Los merodeadores se percataron de los lamentos de aquél hombre.
-¡Por allí! Te dije que oí algo antes. -corrieron hacia la casa derruida.
-Vamos hijo, vete de aquí.

El muchacho, dio un beso al nido de mantas ensangrentadas y otro a su padre. -Lo siento -lamentó en voz baja y echó a correr.
Desde un muro destrozado, vio el fusilamiento de su padre.
-¿Creías que te ibas a escapar? Deshecho humano de mierda. -Uno de los merodeadores, el más bajo, escupió en la cara amoratada del padre.
-Vete al infierno. Vamos, mátame de una vez.
Daniel se quitó el medallón y lo besó. Acto seguido lo apretó con todas sus fuerzas con las manos frente al pecho, deseoso de no ver morir a su padre.
-Allí vas a ir tu, enseguida. -se colocó el fusil en el hombro y apuntando a la cabeza apretó el gatillo. Parte del cerebro reventado salpicó a uno de los merodeadores, provocando la arcada inmediata y la risa de su compañero.

El estruendo resonó en todo lo que quedaba de barrio, haciendo eco en las casas anteriormente destruidas. El muchacho guardó en su corazón durante el resto de su corta vida aquél sonido tan espeluznante.
-Mira, carne de deshecho, ¿quieres? -los dos rieron.
Daniel, se encontraba a siete metros de los merodeadores, aunque a decir verdad, hacía mucho tiempo que el nombre de asesinos les acompañaba.
Echó a correr de nuevo agarrando fuerte el medallón por la calle. Al girar la esquina, la parte delantera de un fusil lo golpeó violentamente y le hizo caer al suelo.
-¿Creías que te ibas a escapar? -apuntó con el fusil a su cabeza.
-Eres un hijo de puta.
-¿Como dices? -preguntó incrédulo el merodeador.
No lo repitió pero su mirada si lo hizo.
-Repite eso, mocoso muerto. -ameanzó.
Daniel escupió en su rostro.
-Vaya -se limpió con la manga teñida de rojo de anteriores víctimas- eres muy valiente. Lástima que esto solo te vaya a servir para sufrir un poco antes de morirte.
El fusil, que apuntaba a su cabeza, ahora lo hacía a una pierna. Apretó el gatillo y el estruendo reventó la pierna del muchacho.
-¡¡AHHHH!! -gritó con toda su alma.
Los merodeadores que habían fusilado a su padre acudieron al grito.
-¿Qué pasa aquí?
-Nada, solo me divertía antes de deshacerme de este pedazo de mierda.
El chico, dijo una última frase antes de morir. -Pedazo de mierda son los que te han traído a este mundo y han hecho posible que crezcas.
-Muy valiente -dijo. Sonrió y acto seguido disparó sobre el hombro izquierdo del chico.
Ya no gritaba, el dolor era tan intenso que le había provocado un desmayo. Le metieron dos tiros más y se marcharon riéndose de sus últimas “limpiezas” como ellos lo llamaban.
Como un cuadro excéntrico y abstracto, quedaron así los dos cuerpos padre e hijos fusilados y separados por diez minutos de diferencia y ocho metros de distancia, poniendo fin así a una familia feliz”

-A mi edad y aún hay cosas en esta vida a las que no encuentro explicación. ¿qué es esto?
-Soy tu hermano, tu hermano muerto. Y mamá y papá también están muertos.
-¿Me puedes explicar esto? -le preguntó a la psicóloga.
-Verás, no sabemos como llamar a esto, pero todo indica que Esteban -le miró y le acarició la cabeza- a ver, no tiene otra explicación.
-No des más rodeos, ¿qué pasa?
-¿Sabes lo que es la reencarnación?
-Sí, creo que sí -dudó.
-Pues es posible que...que el pequeño Esteban -se avergonzaba de pensar así y mucho menos decirlo en voz alta- sea la reencarnación de tu hermano fallecido.
-¿Como puede ser? Yo lo he parido -afirmó su madre con un poco de orgullo ofendido.
-No me hagas reír. ¿Es una broma de mi nieto?
-No. es totalmente cierto. Ya has oído al chico.
-Esto... esto no puede estar pasando. No sé si estamos todos locos o... -dijo el padre de Esteban confuso.
-Niño, ¿sabrías decirme el lugar exacto dónde mi padre me llevaba a recoger la leña?
-Sí. En el bosque pequeño que hay debajo de la colina al pasar la casa de color verde.
El viejo se quedó atónito. Ese detalle era imposible que lo supiera, a decir verdad, ningún otro. Había contado la historia mejor de lo que el mismo la recordaba.
-Al principio creía que podría ser una depresión a causa de una historia que por alguna razón había oído por ahí o visto sin acordarse, pero comentándolo con tu nieto me dijo que esa historia pertenecía a tu familia.
-Ya lo creo -afirmó golpeando el bastón contra el suelo mientras se le escapaba una lágrima.
Aquella experiencia dentro del despacho nunca se les olvidaría a ninguno. El viejo llevó a la familia al pueblo dónde todo ocurrió hacía tantos años. Paseando por sus calles, Esteban recordaba cada detalle del barrio, cada casa derruida ahora reconvertida en pisos y chalets. Esteban había vivido una vida pasada con otro nombre, y ahora se había reencarnado. Era complejo de creer y mucho más de explicar, incluso a día de hoy hay teorías al respecto que intentan chafar el término reencarnación. Parece cosa de novelas y ficción, pero es tan real como el agua que pasa por el río.

-¿Y como puede superar esto Esteban?
-Pues tengo que pensarlo, es la primera vez que me encuentro con un caso de este estilo y no desemboca en algún tipo de enfermedad mental como la personalidad múltiple o la esquizofrenia. Supongo que con algún tipo de terapia, aceptando que ahora tiene otra vida y llevándolo lo mejor posible.

Y así fue. Esteban se recuperó con la ayuda de su hermano unos años bastante más mayor y sus “nuevos” padres. Tardó mucho en hacerlo, pero aprendió a vivir con ello, incluso escribió un libro contando su experiencia. Poco después dicho libro se adaptó al cine.

-¿Cuéntanos, Esteban, como surge toda esta historia real que nos cuentas?

-Pues todo esto es gracias a lo que llevo colgando que le da nombre al libro y a la película, algo que me regaló mi hermano mayor. Este medallón plagado de historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario