viernes, 6 de enero de 2017

Agua sucia

Los últimos días la lluvia no había cesado en su empeño por destrozar todos los hogares a pie de calle. Litros y litros de agua sucia recorrían las calles del pueblo arrastrando consigo objetos arrancados a dichos hogares. 

Varios vehículos fueron remolcados a las profundidades del inesperado río por el temporal, pero lo que más impactó a la gente no fue ver a los coches bocabajo en el agua, sino a dos personas que intentaban escapar de una muerte segura.

Si dichas personas hubiesen permanecido con paciencia dentro de sus vehículos, tal vez no hubiese pasado nada, pero la desesperación suele jugar malas pasadas, como es el caso de esta señora de cincuenta y dos años.

La mujer había terminado su compra cuando el temporal apenas había vomitado cuarenta litros de agua por minuto. Armada hasta los topes con dos bufandas que le cubrían parte de la cara, y un gorro que camuflaba su flequillo húmedo, apenas quedaba una pequeña rendija por la que podía ver a través de la taquilla improvisada. 

Entró en su coche color púrpura del ochenta y dos y arrancó antes de que el temporal fuese a peor. A medio trayecto, el agua grisácea se había tornado de un marrón sucio que no dejaba ver en absoluto la carretera. Comenzó a ponerse nerviosa al ver el agua a la altura de la manecilla. Decidió estacionarlo allí mismo. 

El coche no arrancaba y se puso nerviosa, bajó la ventanilla para ver si alguien podía ayudarla y un brutal impacto introdujo setenta litros de agua en el coche.
Esta vez el agua estaba levemente teñida de rojo. Al principio no comprendía pero en cuanto miró por el retrovisor se percató de la ceja partida. Buscó debajo del agua su teléfono móvil, pero al cogerlo se dio cuenta que había quedado inservible. El vehículo que le había hecho sangrar, desapareció. 

Durante el choque, este dio varias vueltas, flotando sobre sí mismo y, finalmente volcó sin dejar salida alguna al señor que lo conducía. Murió ahogado. La mujer encontró al lado de su teléfono flotante, dos naranjas y un litro de agua. -Qué ironía- pensó. Se volvió a asomar por la ventanilla, esta vez con precaución y miedo, y vio cuatro ruedas que se dirigían hacia ella con lentitud. Gritó nuevamente para que alguien fuese en su ayuda, pero lo único que encontró fue a un chico grabando toda la situación con su móvil desde un balcón.
-¡Ayuda por favor! -gritó desesperada la mujer mientras escupía un par de hojas teñidas de sangre que había tragado en el accidente.

El coche parecía haberse estancado sobre un escalón que lo tenía agarrado. Presionó el acelerador con rabia y desesperación, pero lo único que consiguió es que el coche volcase un poco más hacia el río. Poco quedaba, si seguía lloviendo así, para que la mujer tomara el mismo camino que su compañero de choque. La ventanilla estaba completamente subida, pero no impidió que el agua se colara con descaro, añadiendo una pizca más de desesperación. Miró por un instante el retrovisor del coche y vio unas luces que parpadeaban en lo alto de una furgoneta. Por fin habían acudido a su rescate. Vislumbró a un hombre de mediana edad que se subía a lo alto de esas luces bajo un impermeable de color amarillo, sacó una especie de megáfono.

-Por favor, no haga ningún movimiento brusco hasta que podamos alcanzarla, permanezca calmada, enseguida llegamos.

Suspiró aliviada, pero se esfumó de inmediato al ver el coche volcar. La presión del agua, que caía con más fuerza que minutos atrás, parecía querer ver morir a una persona más. Volcó el coche haciendo que su conductora quedase de tal manera que el cinturón le aprisionaba la garganta. A la presión del cuello, que a cada movimiento por intentar salir apretaba con más fuerza, se sumaba la privación de aire por culpa del agua sucia.
Por un momento pensó en luchar por su vida, luego pensó que era inútil, un par de minutos y todo se habría esfumado. Mientras tenía estos pensamientos, una rama se introdujo en el ojo izquierdo, añadiendo un toque denso al agua sucia.

Tuvo la sensación por un momento, que a pesar de quedar tuerta, salvaría su vida. Notó como los operarios sudaban la gota gorda por sacarla del coche llamado muerte. Finalmente y tras un esfuerzo récord, lograron rescatar a la señora que había salido a comprar unas frutitas para la cena. A pesar de haber tragado, a saber que cosas llevaba ese agua sucia, consiguieron rescatarla con un halo de vida. Estaba inconsciente y su ojo tenía una pinta horrible, pero se la llevaron de máxima urgencia. Su cuerpo inerte falleció de camino al hospital. 

Cuando vieron que no había nada que hacer le cerraron los ojos, pero algo hizo revolverse hacia atrás al enfermero. El cadáver de la pobre señora, vomitó varios litros de agua negruzca, acompañado de hojas húmedas, varios pelos y algunas astillas de madera verde.


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